“Cuando la generación desaparece, cuando el drama ha terminado, cuando el panorama de treinta años ha sido retirado en harapos del escenario del mundo, podemos preguntarnos qué ha sido de aquellos grandes, formidables e inmortales amores, de los amantes que despreciaban la condición mortal con ingenua credulidad; y no pueden mostrarnos más que unos versos añejos, unos pocos actos dignos de recuerdos y algunos niños que han guardado alguna feliz estampa de la inclinación de sus padres”.
A Robert Louis Stevenson le ha faltado considerar que, después del amor (después de la desgracia que infaliblemente conlleva el amor), puede venir también la experiencia feliz de transformar el propio infortunio en una historia de lo más graciosa. Sentarse frente a los amigos y socializar el amor que se siente y se recibe, supone una embriaguez para el que habla y una hartura infinita para los que escuchan; pero narrar la caída, la crueldad, la soledad, la frustración, y poder hacerlo desde cierta distancia, ya con desapego y con ironía y despojados del último resto del sentido del ridículo, puede hacer que todos los congregados se retuerzan de risa en sus sillas, olvidando por completo la gravedad inherente de este tema principal del género humano.
Quizás no haya una victoria mayor sobre el amor que haberse alejado suficientemente de él. Pero si se quiere saber algo sobre el mundo y su indefectible carácter irracional, y si se pretende poder decir algo sobre el asunto, o sea, si se quiere adquirir algún conocimiento que valga la pena en el paso por estas rutas imprevisibles, lo mejor es haber sido golpeado dos o tres o cuatro veces, bien duro, en la cabeza, por el demonio del amor. Hablando de la obra de Laclowmpañía, podemos decir que tiene estas dos cualidades: perspectiva sobre el tema y, por ende, conocimiento. Sus actores fueron golpeados, sufrieron un manoseo vulgar por el destino, fueron atracados por la muerte, gastados por el tiempo, y los pisaron y los machucaron y abandonaron; y vinieron a contarlo, y todo resultó ser muy divertido.
La obra se trata, más o menos, de un centro de rehabilitación en el que se congregan unas personas que necesitan, o han necesitado, un remedio para sus males amorosos. Una estructura bien sencilla, en la que uno creería poder predecir todo desde el principio, pero en donde extrañamente hay una sorpresa impensable con la aparición y la historia de cada personaje. Claro, el amor es el tema insondable, y ha de ser por eso que Laclowmpañía, a estas alturas, tiene tres versiones de esta obra, cada una con siete historias diferentes. No te escupo la cara (porque la vida lo hará mejor que yo) entraña algunas de esas verdades profundas y sencillas (una de ellas está en el título de la pieza), que, sin embargo, no se pueden aprehender sin haber metido las manos en la porquería y el dolor, o mejor, sin haberse encontrado con alguno de esos monstruos incomprensibles, inconsecuentes, contradictorios, mentirosos e indiferentes como uno mismo. Además de las verdades, vienen los aciertos, digamos, escénicos, y dramatúrgicos e interpretativos: la pieza, que dura dos horas, se desliza con felicidad mientras sus personajes describen los pasajes de horror por los que han transitado.
¿Y cómo es posible que podamos reírnos tan inmisericordemente de esos asuntos terribles? No se sabe… acaso por nuestra propensión a la risa, que cuando no puede ya ser inocente, se torna malvada. Lo que es bien cierto es que, dada la naturaleza del mundo, y la creatividad inagotable que tiene para derribarnos, Laclowmpañía podría crear no tres, sino treinta versiones de esta obra sin aburrirnos, y hasta el redactor de estos párrafos podría ir y participar allí, que él también tiene una o dos historias tristes y cómicas que contar.
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Idea original: Mario Escobar
Dirección: Carolina Mejía y Mario Escobar
Dramaturgia: El elenco y Carolina Mejía