Las columnas es otra de las piezas que serán presentadas en el marco del Centro de Experimentación Coreográfica 2019, que cuenta con el apoyo de Orbitante Plataforma Danza Bogotá. Las funciones serán llevadas a cabo el 18 y 19 de octubre en Danza Común. A continuación, la narración y las ilustraciones del viaje hecho por la directora e intérprete de esta obra.
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Por Karol Barbosa
Todo comienza con el desalojo de un espacio lleno de pertenencias, posesiones y posiciones llamado casa. Cuando mis dos hermanas decidieron irse de ese lugar reducido que teníamos por habitación, comencé, y sin darme cuenta, a dibujar mis columnas, esas columnas que habían estado inmóviles y enfermas. Luego vinieron los dibujos de mis otras columnas, las más grandes, la estructura y arquitectura de mi casa, y con esto comenzó a desencadenarse la analogía de mi cuerpo con mi hogar y el lugar que yo ocupaba allí.
Después de que ellas decidieran irse, había de todo menos algún rastro mío; dejaron solo ausencias, clavos pegados en la pared que servían para colgar los cuadros que ahora estaban ocupando otras habitaciones, pedazos de cintas y el ladrillo con baches pálidos que evidenciaban que esas paredes ya habían tenido otras informaciones. Yo sabía que lo que era netamente mío residía en los lugares más pequeños: un cofre azul repleto de aretes, collares, anillos y adornos para incrustar en mi cuerpo, tan necesario como si en ese cofre estuvieran guardadas mis manos, mis brazos, mi cuello y mis piernas; un cajón que pareciera poseer mi biografía y mi intimidad, con cartas, objetos y recuerdos que son esa basura que recicla el corazón; alucinógenos y rastros de descomposición de un “yo” que sería impermisible divulgar por los metros cuadrados de mi casa, innumerables agendas de gritos y palabras que podría leer y repetir hasta el cansancio, escritos que también son un secreto, porque hablan de todo lo que es prohibido.
En este punto reafirmo mi gusto por todo lo que anteceda un “no”; duermo en la cama de arriba, y la cama de abajo siempre está vacía. Me preguntan por qué no duermo en la cama de abajo si es más cómodo para todo, pero ese punto alto ha sido mi favorito de la habitación, siento como si estuviera desprendido del mismo cuarto, es un espacio que nadie puede alcanzar, solo yo, además, por la ventana alcanzo a ver una montaña que posee barrios en invasión, y los envidio por tener el cielo más cerca, mientras yo solo tengo el techo a unos pocos centímetros de mi cara.
Siempre resultó ser domingo el día después de que ellas se mudaran a otras habitaciones. Yo me quedaba reorganizando ese espacio absurdamente angosto y me sorprendía que hubiéramos vivido ahí tres mujeres por tantos años. La ausencia de los objetos eran esquemas de ellas: La máquina de escribir de la una, y el caballete y las bolsas repletas de hojas que recogía en la calle; las medicinas de la otra para combatir el asma, los rompecabezas y regalos de un novio al que me opuse siempre… su relación objetualizada. ¿Por qué siempre me escondí?, ¿por qué dejé lo mío siempre en un rincón, en un baúl, bajo llave, asegurándolo? Estuve buscando en más de seis habitaciones un espacio para ponerme en los ladrillos olas baldosas y no lo conseguí. Si ellas se habían vuelto mis cuatro paredes, ¿porqué para mí era tan difícil al menos convertirme en la puerta?, o en algo más visible, quizá algo como la ventana, dejando entrar la luz, más no a oscuras y llena de polvo.
Al punto me di cuenta deque me tenía en un estado invisible en ese cuarto que ahora se suponía era solo mío, y fue como haberme tragado algo que me intoxicara. Me vomité emocionalmente y comencé a sacar algo de todo lo que había guardado y me empecé a colgar en esos clavos, por partes que de igual manera eran minuciosas. Comencé a recitar los secretos en voz alta y saqué el proceso de una radiografía de mis huesos, los cuales habían estado todo este tiempo escondidos bajo mi piel, y que también había estado ignorando. Pude ignorar que tenía huesos solo porque no los veía, pude ignorarme y guardarme en bolsas debajo de la cama porque no me veía. Quizá siempre estuve en las estructuras detrás de los ladrillos, o me transformaba en las columnas que resistían el peso de otras, porque no se trataba de no haber estado allí por algo más de veinte años, se trataba de mantenerme fijada, inmóvil tras el cemento y sin estructuras antisísmicas, para derrumbarme y desplomarme en cualquier momento, sin previo aviso.
Entonces abarqué los no sé cuántos metros cuadrados, en los que sin importar la posición que tomara, habría quedado siempre estrechísima. Ahí la ironía fue mi compañera, porque yo no me hallaba en menos de treinta centímetros, un laberinto minúsculo, un circulo monocromático.Disfracé cada pertenencia y todas quedaron enmascaradas. Ahí estábamos todxs, en la ausencia estaban nuestros vestigios, y decidir sacar cada objeto era arrebatarles porcentaje de su tejido. Pero yo prefería arriesgarme, ponerme en disposición de verlxs quitándose sus posesiones de encima, para que ellxs mismxs coincidieran y verificaran cómo estaban calcadxs en todo lo que habían estado usando.
Veinte años y esta paredes mi pariente más cercanx, y las fotos familiares son las grietas y manchas con las que he pasado el tiempo. Yo, con la inconformidad de habitar lo que se había vuelto inhabitable, convertí mi piel en la casa móvil que traslado por cuadras y cuadras, una que no es fija, que no predetermina rumbos. Ahí estaban mis columnas, las mismas con sus músculos recogidos, las que a voluntad cargaron y descargaron, construyeron y de-construyeron mis demás metros cuadrados.