Con motivo de la convocatoria al
II CONGRESO DE INVESTIGACIÓN EN DANZA
Grupo de investigación
«Hacia una cartografía del cuerpo en el arte contemporáneo»
Departamento de Humanidades
Universidad Jorge Tadeo Lozano
contacto: congresoinv.danza@utadeo.edu.co
Al parecer, el debate sobre lo que sea la investigación en artes, sobre si eso que hacen los artistas es una flor exótica o es investigación en un nuevo sentido o en un sentido expandido, no se zanjará con una revelación proveniente de algún gurú artístico ni científico. En efecto, tal como lo atestigua una mirada general a la frenética actividad editorial en el campo, así como a las discusiones en las academias de arte y en COLCIENCIAS, la discusión no sólo está viva y vigente, sino que además, quizá afortunadamente, no promete soluciones finalistas en el cercano futuro. Así las cosas, por lo pronto, acaso sería mejor acogerse a la definición elusiva que proporcionaba un ilustre físico colombiano cuando se le preguntó qué era física, y parafrasearlo de la siguiente manera: “la investigación en artes es aquello que hacen los investigadores de artes hasta altas horas de la noche”.
También valdría la pena —para ejercer el método de la pregunta y de la sospecha— no creer irrestrictamente en la absoluta carencia de relación entre eso que los científicos llaman simpáticamente “investigación propiamente dicha” y la otra, “la blandita”, la formativa, la artística, la creativa, la que exige mediciones de otro tipo; ni creer en la exoticidad que exhiben artistas que postulan un abismo entre el arte y la ciencia y, en general, cualquier pensar discursivo y conceptual distinto al arte.
Sospechamos que la “barbarie atareada”[1] de la exigencia de ponerle fines ajenos a la academia y a la cultura, no sólo nos ha encerrado en una discusión infructuosa sobre lo que es o no investigación, blandita o dura, sino que además nos impide ver las efectivas posibilidades de un diálogo fértil (no necesariamente elocuente ni rentable) entre la creación y la reflexión. A continuación sólo queremos ofrecer algunos apuntes, ojalá no todos ingenuos, que animen la discusión reposada sobre lo que se puede considerar investigación en artes, particularmente en punto a la investigación en danza, con motivo de la convocatoria pública abierta en torno al II Congreso Nacional de Investigación en Danza.
La Real Academia de la Lengua Española define como “investigador” a aquel que ejerce la investigación. La misma fuente define la “investigación” en su segunda acepción, como “realizar actividades intelectuales y experimentales de modo sistemático, con el propósito de aumentar los conocimientos sobre una determinada materia”. En el caso particular de la danza, como es el campo que ahora ocupa nuestra reflexión, intereses, trabajo, cuestiones y acciones, ha venido siendo mencionada como un ejercicio de indagación al interior del campo mismo, en cuanto sirve como dispositivo o camino para esclarecer asuntos de su desarrollo como disciplina. En sus aplicaciones y definiciones, la danza se ha encontrado delimitándose dentro de su práctica misma, su propio ejercicio de continuidad a través de la enseñanza, la creación, la crítica, y la búsqueda por relaciones con sus contextos y poblaciones.
Si bien los espacios académicos de la danza en el país aún son pocos, por la carencia de una mayor oferta de educación superior, particularmente a nivel de postgrados, es conveniente tejer lazos y abrir espacios para que estos ejercicios de indagación, desde la práctica de la danza, se enuncien como investigaciones. Acostumbrados como estamos a hacer parte de estudios desde miradas de otros campos del conocimiento, como las ciencias sociales, la sociología, antropología y algunos osados historiadores que se atreven a buscar en la danza respuestas a situaciones muy particulares, han sido pocos y aislados, aunque prometedores, los esfuerzos de los que han logrado nombrarse investigadores en, de o para la danza.
Ahora bien, nos atrevemos a arriesgar una idea de investigador en danza, en particular, y en artes, en general: no es éste un producto de un ejercicio disciplinar y metodológico específico, o de una formación que tenga como objetivo hacer investigadores como obreros de la construcción del conocimiento, en abstracto. El investigador se define a sí mismo como producto de un ejercicio de indagación del campo de conocimiento al que está vinculado. El investigador es quien hace preguntas que aún no tienen respuesta, y va en busca de ellas, es el que encuentra que hay nuevas posibilidades de decir y re nombrar cosas que se piensan “establecidas”, es el que cuestiona y formula nuevas ideas sobre los cimientos de los “cuerpos de conocimiento”.
Cuando decimos “cuerpos de conocimiento” nos referimos a las prácticas que han sido establecidas por ejercicios continuos en el tiempo, por ejemplo las escuelas regionales de danza donde ha pasado de una generación a otra el conocimiento en la práctica sobre danzas y donde estas mismas se han transformado por quienes las han aprendido a bailar. Nos referimos también a las instituciones que salvaguardan los rastros de las investigaciones de los pioneros de la danza en el país en su afán por emprender el reconocimiento de una danza de un territorio diverso, ambiguo e inconexo para sus tiempos, nos referimos igualmente a las escuelas de ballet que han construido sus universos y públicos propios en torno a su desarrollo. El investigador en danza entonces puede ser todo aquel que se ha hecho preguntas sobre estos fenómenos, o ha participado de ellos, tiene algo que decir al respecto y emprende el camino de articular esas ideas y exponerlas. El punto de partida siempre es una pregunta, y la investigación se vislumbra como el camino hacia la respuesta.
La investigación científica, más recientemente en el campo de las ciencias humanas, nos ha enseñado que para formular una “hipótesis” hay que tejer unas deducciones que la validen o que la invaliden, y estas deducciones son más sólidas en cuanto más se apoyen en referentes o teorías que hagan las veces de cimientos para soportar el edificio que se está construyendo. Las investigaciones son las rutas por donde transita el investigador en busca de la respuesta que explique el fenómeno que aprecia, o pueden ser rutas que permiten concluir a través de un tejido de ideas, que lo que el investigador intuye es cierto o no.
A la luz de estas descripciones, entonces hay investigación en danza de manera cotidiana y sostenida, pero son los agentes de ese proceso los que no han encontrado razones para nombrarse a sí mismos como “investigadores”, pues se presume que este título se otorga a quienes vienen de otras disciplinas del conocimiento, con una formación específica. Acaso investigador en danza es todo aquel que se ha hecho una pregunta sobre la danza, ha caminado en busca de la respuesta, y la investigación es el relato de ese camino.
En la medida en la que los maestros, estudiantes, bailarines, coreógrafos y dolientes de la danza se permitan encontrar, dentro de sus quehaceres, preguntas que ayuden a pensar el campo como productor de conocimiento, la investigación en danza se consolidará como un ejercicio necesario para enunciar y definir marcos de comprensión para lo que sucede en esta disciplina: su historia, sus fundamentos, sus experiencias en relación con entornos culturales particulares, su transmisión y reformulación a través de la pedagogía, la creación, la documentación, etc.
Ésta es una invitación a encontrar en el oficio de los que hemos estado inmersos en la danza, los espacios que han generado el propio conocimiento, los caminos que hemos recorrido para ubicarnos en este universo de movimiento, y sobre todo es una invitación para hacer un tránsito entre la experiencia y la formulación textual de lo que se ha recorrido.
Es este tiempo y espacio en el que nos encontramos, el que permite que ahora se pueda dar esta discusión sobre quiénes son los investigadores y qué es lo que investigan, y es ahora cuando es obligatorio para los mismos trabajadores de la danza responder esa pregunta.
[1] Tomamos esta expresión del profesor Ramón Pérez Mantilla, maestro de filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, en una vieja pero vigente columna titulada ¿Cuál política cultural?, reeditada recientemente en una hermosa e imprescindible compilación de sus escritos (Ramón Pérez Mantilla. Textos reunidos, Lisímaco Parra París, Luis Hernando Vargas (Editores), Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2011), al referirse a las preocupaciones expresadas por Nietzsche en su Sobre el porvenir de nuestras escuelas.