Perra que ladra, invoca

X ENCUENTRO INTERNACIONAL DE ARTES VIVAS / MAESTRÍA INTERDISCIPLINAR EN TEATRO Y ARTES VIVAS – FACULTAD DE ARTES UNIVERSIDAD NACIONAL / Gesto: Perra que ladra, invoca: prácticas para magiar nuestra Historia  Artista: Matilde Guerrero / Directora de Tesis: Zoítsa Noriega / Colaboradores: Alejandra Marín, Andrea Betancourt, Sara Idarraga, Guadalupe Errazuriz, Felipe León, Gustavo Romero, Julián Álvarez.

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Perra que ladra, invoca:  prácticas para magiar nuestra Historia

Había visto obras que tocaban la temática de la historia y la violencia en Colombia, pero la tarde del 9 de agosto salí del parque El Renacimiento con una sensación especial. Perra que ladra, invoca es una experiencia que debe digerirse despacio, como conectando piezas de un rompecabezas en el que solo al final se observa un gran panorama. Pero este panorama no es una sola idea, sino múltiples ideas, recursos, imágenes de poder, acciones y palabras de transformación que construyen este gesto.

Los asistentes nos reunimos a las puertas del parque, junto a la estatua de Botero, sobre la Avenida El Dorado, donde empezó el recorrido por el territorio. Deseos, oraciones, magia y ritual son constantes en esta creación, que se abordan desde emociones distintas a lo largo de la obra. Al iniciar, Matilde nos dividió en dos grupos: un grupo iría a conocer el lugar con ella a modo de guía turístico; y el otro grupo haría un ritual para pedir ocho deseos, que, según ella, se podrían hacer realidad si se pedían con fervor al cosmos durante estas fechas en las que estaba abierto el Portal del León. 

En un principio, mi curiosidad por lo místico (aunque fuera por seguir la dinámica que se nos proponía, “tal vez a modo de diversión”, pensé) me llevó a querer ir con el segundo grupo, que resultó ser mucho más numeroso que el primero (pues somos, en efecto, una cultura supersticiosa, como resultado de los procesos históricos, idea que será relevante durante la obra). Pero finalmente elegí ir con el primer grupo, para escuchar de cerca lo que Matilde tenía para contarnos. 

Poco o nada sabía yo acerca de este espacio que había frecuentado tantas veces en mis tiempos de la universidad, y es que estábamos caminando sobre una antigua fosa común del Cementerio Central de Bogotá. En su modo de narrar historias, Matilde establecía un tono de cercanía y confianza con quienes la escuchábamos, mientras nos contaba que allí habían sido enterradas, en su mayoría, las víctimas desaparecidas del Bogotazo. En los días posteriores a los horrores del 9 de abril de 1948, miles de cuerpos sin identificar fueron llevados de manera apresurada a ese lugar en el que, tiempo después, se seguían enterrando a las personas que estaban más abajo en la escala social, las personas criminalizadas, los N.N y los suicidas. 

Medio siglo después, para la construcción del Parque del Renacimiento, durante el Gobierno Peñalosa, el Instituto Nacional de Arqueología hizo la exhumación de los restos en este gran terreno, en el que había capas y capas de muertos. Posterior a esto, según nos contó Matilde, estos cuerpos habían sido trasladados de allí cual si fueran escombros y nunca se hizo una acción de memoria para estas almas, ni hubo por parte de las autoridades un reconocimiento simbólico de este oscuro capítulo de la historia, que reivindicara estos cuerpos, por el trato al que fueron sometidos. Tampoco existen prácticas religiosas en torno a este lugar como en los cementerios, debido al desconocimiento general de estos sucesos. Solo hay una pequeña placa ubicada al fondo del parque donde se lee “En este sitio yacen en fosa común las heroicas víctimas anónimas del 9 de abril de 1948”, acompañada de una frase de Jorge Eliécer Gaitán. 

Perra que ladra, invoca trata sobre contar aquello que no ha sido abiertamente contado. Re-situar la mirada hacia aquello que merece importancia, hacia los olvidados, hacia quienes sufrieron horrores en los últimos momentos de su vida y no tuvieron quién los homenajeara. También hace una reflexión especial hacia los modos en que se construye la memoria desde las dinámicas de los territorios y cómo nos relacionamos con estos. Matilde tenía una presencia fuerte y un modo de narrar (a veces desde un tono informativo, otras desde lo poético de la superstición) con el que era muy fácil conectar, en el que también se permitía exponer sus vulnerabilidades, compartiendo historias personales y familiares entretejidas con algunos de los sucesos más dolorosos en la historia (las historias) de Colombia.

Es un trabajo auto-etnográfico de arte vivo, para la gente del común. Es un gesto que carece de los velos de la “libre interpretación” en los que se puede caer con frecuencia en el arte, y por el contrario es transparente y crudo, en la cara. Sucedían acciones simbólicas en las que la artista explicaba de manera directa qué y para qué hacíamos lo que hacíamos, y tenía un sentido auténtico para todos los allí presentes. Eventualmente los dos grupos que habían sido formados antes de iniciar el recorrido estábamos de nuevo habitando los mismos lugares y compartiendo algunas de las acciones con las instrucciones que nos daba Matilde.

Con las historias, oraciones y rituales que ofrecíamos, se creaban nuevas dimensiones de la significación en este espacio. El río Magdalena es un elemento clave a lo largo de la pieza. La artista nos hizo reflexionar en torno al río como una víctima del conflicto armado y nos situó en él simbólicamente. Nos llevó a una zona que había sido diseñada para ser espejos de agua, pero estaban secos: para ella (hablando desde el tono de la cotidianidad supersticiosa pero sensible) se habían secado porque las almas se la habían bebido en un gesto de reclamo por su invisibilidad histórica. 

En este lugar nos contó acerca de Leo Kopp y su estatua de bronce, cuyo rostro es una réplica del rostro de Simón Bolívar, y el hecho de que muchas personas visitan su mausoleo y susurran al oído de la estatua para pedirle milagros y deseos. Luego procedió a sacar una pequeña cabeza dorada de Bolívar y la pasó entre los asistentes, para que le dijéramos al oído nuestros deseos. 

El río Guacahayo es la palabra quechua para referirse al río Magdalena, que significa el río de las tumbas. “Ya no es el río de las tumbas, sino el de la fosa”, contó Matilde. Luego de contextualizar sobre la barbarie de las masacres de los años noventa e inicios de los dos mil, continuó:

“(…) una de las prácticas más comunes en este río era que desmembraban a las personas y las tiraban al agua esperando que nunca más fueran a aparecer. Es por eso que este río no es ya el de las tumbas sino el de la fosa, porque la intención no era que tuvieran su camino hacia el más allá como antes de la Colonia, sino que su intención era desaparecerlos, borrarlos de la memoria, que no hubiera rastro de su existencia o de su asesinato.” 

Son muchas las imágenes de Perra que ladra, invoca que se aferran a la memoria, como el ver el espacio a través de unas gafas que tenían manchas azules sobre los lentes. Matilde nos entregó estas gafas a los asistentes mientras nos contaba historias que su padre había escrito sobre la crueldad que presenció durante el Bogotazo. Con el tiempo su padre había desarrollado un problema en la vista con el que veía manchas azules que le impedían escribir correctamente algunas palabras. En ese momento, con las gafas puestas, todos percibimos el mundo desde la mirada de su padre y lo escuchamos a través de estos relatos. 

Matilde iba vestida con una falda cuyo diseño recordaba una pollera de cumbia pero en material de malla roja, como en la que se empacan las naranjas, y arriba llevaba una prenda que recordaba la silueta de Blancanieves pero en papel celofán color rojo. Con este vestuario nos compartió una dolorosa historia familiar que nos conmovió y nos hizo reflexionar sobre la maternidad. La fuerza maternal es un hilo conductor en este gesto, que también se hace presente en la imagen del árbol del nogal. Tanto al inicio como al final del recorrido visitamos dos árboles de nogal distintos, ambos con fuertes raíces que se extienden rompiendo las baldosas a su alrededor, creando una grieta. Es la vida abriéndose paso entre el concreto, es la memoria abriéndose paso entre el olvido.  

Luego de finalizada la pieza, Matilde resaltó lo que ella llama el estado metafísico de la colombianidad: esas prácticas de las creencias populares en torno a los cementerios, en los que la gente recurre a las almas para pedirles aquello que no sabe o no tiene cómo pedirle al Estado: cosas como encontrar trabajo, o justicia para algún ser querido. 

Perra que ladra, invoca resignifica el parque El Renacimiento como un tejido interdimensional entre historia y magia, la búsqueda de la justicia, las tragedias de la vida misma y su crudeza, en una narrativa única que hace visible lo invisible. 

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Este artículo ha sido escrito y publicado en el contexto del proyecto «el cuerpoeSpín en la escena 2023», con el apoyo de la Beca Estrategias Novedosas del Programa Distrital de Estímulos de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá.

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