Maneries

Es posible ver repetir la misma acción setenta veces, y en cada repetición percibirla diferente. Diferente en un ojo, en un dedo, en un zapato, en el páncreas. Es posible ver el movimiento del páncreas y del corazón, y de cada uno de los órganos ocultos; cinco o seis millones de movimientos precisos, definitivos, ejecutados con cada mínima parte del cuerpo a lo largo de toda la pieza. Y cada uno de ellos puesto en el lugar indicado, en el momento preciso, ni un segundo antes, ni uno después. Es acaso la obra más virtuosa que uno pueda llegar a presenciar al cabo de los años. Pero se trata de un virtuosismo bien templado, sin ripios, ni excesos, ni grandilocuencias. Un discurso barroco en el que cada palabra es imprescindible, en el que cada gesto está encadenado coherentemente con el tejido de huesos y músculos que componen la pieza. Y cada  movimiento está engranado perfectamente con la música y la luz. Si se tuviera la licencia de pararse al borde del escenario y empezar a señalar con el dedo los errores de la obra, uno no se habría atrevido a levantar la mano ni una sola vez. Salvo el ingobernable parpadeo, todo está bajo control, incluso, quizás, el ritmo con que golpea el corazón; incluso, tal vez, el flujo de los pensamientos. Y en el transcurrir de esa precisión inverosímil, el cuerpo de esa mujer se suspende, se trasmuta, se animaliza, se desintegra, se reconstruye, y es muchas cosas diferentes, y cada tanto vuelve a ser una mujer, con su sexo y su mirada; siente sed, se toma unos segundos para beber agua (un solo sorbo), y le corre el sudor por el cuerpo: ese tipo de cosas humanas. Pero otra vez hay una toma del control del mundo, control del ritmo, del espacio, de la sangre, de las tripas, de los gestos de los labios, de la claridad y de la sombra. Tanto, que la pieza se acaba cuando ellos, los hacedores, toman la decisión de terminarla (las obras, en cambio, suelen gobernar a sus creadores), dejándonos la sensación de que habrían podido continuar, inagotables, todo el tiempo que hubieran querido.

Ahora que lo recuerdo, una vez, una sola vez, su dedo meñique y anular de la mano izquierda tropezaron con el índice de la derecha. Un pequeño error de cálculo. Qué vamos a hacerle: el mundo es un lugar incontrolable, deficiente, defectuoso e incorregible.

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Maneries, dirigida por Luis Garay e interpretada por Florencia Vecino, se presentó recientemente dentro del marco del Festival Impulsos 2013.

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