La camada, hacia otra biología

Obra: La Camada / Lxs agrestes/movedorxs y creación colectiva: Alejandra Cadavid, Lina María de los Ángeles Caro Carrillo, Felipe León, Carolina De Mello Castanho, Sofia Jaimes, Melisa Lozano, Alejandra Marín Pineda, Sofia Mejía Arias, Miguel Marañas, Ana María Valencia y Paulina Oña / Dirección: Sofia Mejía Arias / Creación sonora:  Lina González / Registro Audiovisual: Juan Camilo Forero.

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Entrar al enorme piso de Danza Común y verlo cubierto con una enorme cobija de 13 x 9 metros me causó mucha expectativa, sobre todo porque era un viernes a las seis de la tarde, la hora en donde uno pensaría que puede hacer mucho frío en este espacio. El hecho es que el piso para bailar de Danza Común es enorme y estaba toditico cubierto con esa colcha hecha con muchas cobijas unidas, donde se yuxtaponían la lana, el algodón, la microfibra, el poliéster con cuadros, rayas, flores, círculos y todos los colores. Ya había algo que me acogía y me daba curiosidad. 

Lxs espectadores nos acomodamos como nos habían explicado en las instrucciones antes de entrar, regadxs sobre la cobija como si estuviéramos en un picnic gigante, acostadxs o sentadxs y también había personas sentadas en unas sillas que rodeaban los tres lados del piso de madera. Yo estaba encima de la cobija, por supuesto, expectante de qué podría suceder, maravillada con la cantidad de público que acudió al llamado. Poco a poco algo empezó a cambiar. Ya todo se estaba moviendo de manera muy sutil por las conversaciones en voz baja y los pequeños movimientos de lxs asistentes, cuando, sin ningún aviso, comenzamos a percibir que lentamente aparecían otras presencias perrunas, gatunas, mamíferas, lxs movedorxs iban “en cuatro patas” caminando despacio, sin hacer gran cosa, con la gracias que tiene lo que se mueve sin alardear de su movimiento, una gracia sin artificios. Poco a poco estos seres que andaban sueltos por ahí comenzaron a aproximarse cada vez más a nosotrxs lxs espectadorxs; a quedarse al lado nuestro, como los gatos o los perros que van tanteando a quién se le arriman y cuánto se arriman para ser acariciados o palmoteados. Era como si estuvieran siendo guiadxs entre los asistentes por su olfato, por su espalda, o por su deseo de recostarse. 

Avanzaban, retrocedían y se desplazaban de lado con los ojos medio cerrados, la boca medio abierta, en un estado entre gozo y relajación, en un estado que los diferenciaba de nosotrxs lxs espectadorxs y eso era precisamente lo que les permitía pasearse y habitar entre nosotrxs. Era como si estuvieran en-cantadxs, en-soñadxs, en-tretenidxs con sus pautas de movimiento, jugando a ser otra cosa, quizá otra biología. Por momentos hacían movimientos de oscilación, de ronroneo, y a veces se echaban súbitamente de lado y quedaban con una pata arriba. 

El piso se comenzó a mover. Así no más, el piso comenzó a moverse, al inicio pensé que era una ilusión, no entendía muy bien qué estaba pasando y poco a poco fui descubriendo que las cobijas eran haladas sutilmente por lxs movedorxs. Era como recibir una invitación a reacomodarse, nos intervenían lentamente. La cobija nos afectaba la ropa, la piel, y después se profundizaba en la sensación de sentirnos haladxs. Pensé en un gran organismo, como cuando se mueve algo pequeño y eso mínimo afecta al resto; entendí por fin el concepto de la fascia, el desplazamiento de fibras que se conectan, disfruté la sensación de que la cobija nos moviera de esa manera suave y acogedora. Desde ese momento y hasta el final de la obra se fue dando, se fue tejiendo un tipo de complicidad no solo con lxs movedorxs, sino entre lxs espectadorxs.   

No sabía si halar las cobijas, si al ser involucrada, y tener la cobija tan a la mano, podía yo también activarla. Entonces giré la cabeza un poquito a la derecha y me sorprendí porque el paisaje había cambiado, la geografía se estaba transformando, los cuerpos se veían aún más animales, esos seres estaban debajo de la cobija convertidos en pequeñas montañas móviles. ¿O era el mismísimo mar? Ya no podía distinguir quién era quién, ni qué parte estaba viendo o tocando, pero estaba tocando. La cobija que nos separaba nos acercaba, esa forma de ellxs de desplazarse como perrxs y gatxs también nos acercaba. El diseño sonoro nos envolvía. ¿Cómo lo hacen? Había un poco de teatro, pero también era todo muy natural, por eso el contacto con esos cuerpos era casi inevitable. 

Cada unx de lxs once movedorxs comenzó a dirigirse hacia dos a tres o cuatro personas para leer algo en susurros, un cuadernito que llevaban entre su ropa. Nunca supe de qué se trataba porque preferí seguir percibiendo a través de la luz cálida, escuchar las capas de susurros que se acumulaban y que llegaban desde atrás y desde el lado, tener contacto con la cobija, estar ahí en un estado de placer y de abandono donde justamente no necesitaba, ni quería, entender más de lo que ya estaba sintiendo. Ya me estaba pasando algo. 

Después vino otro tipo de relacionamiento entre ellxs donde se encaramaban entre dos o tres, el uno sobre el otre, la otra sobre la otra, era como un tipo de danza contacto con unas premisas que los hacía verse escuchando. Les percibí como animales y manada, como una tribu entrenada en un cierto tipo de roce, de juego. Esos cuerpos se fueron poniendo de pie poco a poco sin perder su animalidad, seguían siendo guiadxs por su cola, sus costillas, su nariz y su cuello. Poder observar el dueto que quedó cerca de mí, a un metro y medio de distancia fue un privilegio, me sentía en un lugar intermedio en el que no había estado, me encontraba muy cerca de ese dueto pero no estaba siendo parte de un taller donde podría meterme cuando quisiera, estaba en una presentación; por otro lado, estaba en una presentación, pero tenía a lxs movedorxs tan cerquita que podía ver su sudor y la manera de continuar relajadxs pero cada vez más involucradxs en la comunicación, creando un ritmo en tiempo real, una velocidad, unas respuestas, un flujo donde yo también como espectadora me sentía oscilando, redondeando, activando apoyos, relajando la mandíbula, disfrutando, sin pedir nada, sin hacer nada, observando. 

Percibir el final, tener que salir de ese estado de gozo para ir a la calle, toma un tiempo. No es tan fácil para lxs espectadores dejar la colcha de retazos, ni la complicidad e inmanencia que se crean al habitar La Camada. Preferimos seguir en contacto, seguir acompañadxs, atesorar el juego.

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