Ponerse la ropa, los interiores, la camisa, el pantalón, las medias, los zapatos es, cada día, una forma de afirmar la existencia, de responder una vez más a la tarea de estar vivo y de pregonar en silencio “soy”. Pero quitársela, parece que obedece a otra cosa, al deseo de entregarse siempre a algo, a una cierta fuerza arremetida en el acto de hacer de sí mismo un don, un “soy para otro”. Ángel aparece en el escenario y sin hacer de ello toda una acción escénica, se quita sus ropas una a una, como tal vez todos los días lo hace para iniciar su oficio de bailar. Y luego, entra a la urna, una caja de cristal de 1metro con 50 centímetros de ancho, 3 metros de profundidad y 2 metros de altura. Por su transparencia, podremos verlo todo y más, pues al igual que en las pinturas de Francis Bacon, la urna delimita el espacio y hace que toda la realidad se concentre en la fuerza figural de un cuerpo, en el vaho de sus respiraciones, en el sudor que emerge como pintura para trazar las fuerzas que allí dentro se cuecen.
Milán Kundera, hablando de la obra figural de Francis Bacon, preguntaba precisamente hasta qué grado de distorsión un individuo sigue siendo el mismo. Diario de una crucifixión, la nueva obra de danza de la compañía L´explose, da lugar a dicha pregunta; una vez adentro de la urna, Ángel se viste, se pone la sotana, los cuellos, el lazo, se sienta ante nosotros e invoca el trazo brutal baconiano de Inocencio X, con todo su cuerpo investido por el grito mudo del Papa. Se quita todo ese impositivo ropaje, esta vez con violencia, con la fuerza que al mismo tiempo es mortal y erótica, para activar las redes nerviosas que transitan por su piel; esta cambia de color, se intensifica, se enrojece, es abatida por flagelaciones puntuales y limitadas: toda una programática del experimento de un “sí mismo distorsionado”. Suda y de su cuerpo hace emerger lo que Milan Kundera aprecia de los cuerpos de Bacon: “el escándalo fisiológico”; no es el escándalo de una sociedad, de una política, afirma Kundera, tampoco el espectáculo de lo sobrenatural, es la presencia de la carne y de la sangre a través de ese fino límite del cuerpo: la piel. Sus poros responden a una temperatura, pero también a un estado (al sistema nervioso) del cuerpo. Ángel por momentos deja de moverse y nosotros nos volvemos testigos de su propia evaporación, de sus distorsiones, de los múltiples cuerpos emergentes del consistente encuentro entre sus resonancias sonoras, el vapor en los vidrios, la sobria iluminación y la prudente expresión del bailarín para hacer de su cuerpo y su piel un rostro, como diría Agamben, una exterioridad plena.
En un umbral, el de la piel, el cuerpo de este bailarín accede a una experimentación, donde las flagelaciones, las confesiones, el autoerotismo, las escrituras gestuales son acciones que se siguen sin contradicción, en una programática del cuerpo para acceder a la figura exhausta de los cuerpos baconianos. El director de Diario de una crucifixión acierta plenamente al trasponer la violencia figural de las obras pictóricas de Bacon con el goce puro de experimentar el umbral del cuerpo en movimiento. Esta vez Tino Fernández (dirección) y Juliana Reyes (dramaturgia) en colaboración con Camilo Giraldo (composición musical) y Humberto Hernández (diseño de iluminación) crean un artificio de exposición impresionante donde Ángel Ávila, (el bailarín) se da, expone su transfiguración, el constante desasimiento de un supuesto fuero interno para dar a ver los restos de sí mismo, su rostro, el sudor de su piel, sus exhalaciones…
Antes de salir de la urna, Ángel deja la prueba de su experimento, la expone como testimonio de su entrega; una vez afuera, toma la toalla que ha dejado junto a su ropa, se seca, se limpia y mientras se pone los calzoncillos, las medias, la camisa, el pantalón, los zapatos, mientras volvemos a ver a Ángel Ávila, la pregunta de Kundera a propósito de los retratos de Bacon acecha mi pensamiento: ¿hasta qué grado de distorsión de la vida, seguimos siendo los mismos?
Diario de una crucifixión estará en temporada en la Casa del Teatro Nacional desde el 9 de mayo de 2012.