Cuatro Puntos – Carretel Danza

Júbilo, éxtasis, fortaleza, instinto. Multitud de cuerpos que se desenvuelven con destreza y precisión. Música que golpea desde las entrañas –percusión, cuerdas minimalistas–. Lugar de confrontaciones, y también de diálogos corporales. Todo esto podemos decir en una primera apreciación de esta pieza, si solo nos atenemos a una sucinta enumeración de lo evidente –que no es menos brillante, vale decir–. Pero este trabajo acarrea en su vientre una semilla generosa.

Lo primero que sentí, con firme intensidad, fue la presencia de una voluntad de ser que se expresaba animal, básica, primitiva; su naturaleza se remarcaba por la música presente, una percusión constante, la voz rítmica elemental, la ruptura del silencio con un hecho de sencilla concreción. Y a la vez, curiosamente, la imagen global, a medida que fluía la presentación, me remitía a las tecnologías de normalización del cuerpo; no hay que olvidar que la música por más básica que pueda parecer es producto de una voluntad y un entrenamiento, de un método, de una norma, y en este punto la confusión en mi mente –ambigüedad sugestiva y fecunda– me llevó a contraponer la voz elemental del cuerpo en primitiva tensión: el tigre que acecha la presa, el caballo que vence el peso del agua y su jinete, con la intencionalidad que se requiere para que los animales que no se mueven en bandada –animales como nosotros– fluyan como grupo, fluyan orgánicamente. Considero que tales inquietudes se dan cita porque se permite que la pieza se desarrolle, que halle y resuelva sus puntos de tensión.

En una segunda instancia hallé una exposición de confrontaciones y diálogos expuestos mediante la presencia simultánea de los bailarines de pie y a gatas (cuatro puntos). Aquí es donde la generosidad con el tiempo y el desarrollo del movimiento resultaron muy fecundos. Al inicio de esta parte, el cuerpo a gatas omnipresente en los primeros momentos se des-espacializa, pasa de residir contra el suelo, a residir petrificado adyacente al suelo, entonces el cuerpo vertical inicia un diálogo en el cual lo primero que propone es volver a habitar el espacio de manera dinámica, recuperar la superficie, y luego se produce, teniendo como fondo una preciosa música construida con percusión y cuerdas usando acordes mínimos, un lírico diálogo, una confesión de potencias y afectos que permite a estos cuerpos exponer sus vías para habitar el espacio, los modos en los cuales sus conformaciones orgánicas particulares determinan sus maneras de estar en el mundo y relacionarse con otros cuerpos que habitan otros medios. En este punto la pieza permite inferir que la manera de experimentar el espacio determina no solo la manera de formarse una imagen del mundo, sino que, adicionalmente y a través de lo anterior, determina también la identidad esencial de ese mundo para quienes lo habitan.

La pieza luego se transforma en un carnaval de lujuria cinética, los cuerpos ingresan en una dinámica de movimiento fluido y vivaz de una intensidad que no da tregua; los diálogos y confrontaciones expuestos anteriormente se amplifican por volumen y fortaleza, por salvaje contundencia. El mismo fondo musical que enmarcaba un discurso, que se me antojaba de profundo intimismo, pasa a conformar parte de una exposición que basa su potencia en la multiplicidad,  la destreza y la precisión. Nuevamente se puede ver que los elementos que llegan a conformar un determinado discurso, una interpretación emergente, también pueden constituir la base para construir un nuevo “sentido de pieza” divergente, contrapuesto o independiente. La evolución de la pieza, su re-exponerse y fluir sobre sí misma brindan la posibilidad de disfrutar de un conjunto de experiencias, de sensaciones, que se renueva constantemente, que constituye por así decirlo un ecosistema danzario.

Y ahora, para redondear aún mas la ambigüedad –fecunda condición– de este trabajo, se me ocurre que la imagen del ecosistema, que lleva implícita una conformación orgánica e interdependiente, no constituye una limitante que cierre la pieza, que agote sus posibilidades comunicativas o evocativas, pues precisamente como lugar natural se nutre de los flujos energéticos que la construyen, de los bailarines y músicos que la habitan, de su director, de las decisiones que le han permitido explorarse y decantarse.

Los cuerpos que he visto habitar la escena me han revelado lo imbricados que pueden hallarse lo salvaje y lo virtuoso, dos categorías que remiten a rutas divergentes de ser; pero no hay que olvidar que esta diada existe en cuanto el referente de la cultura emerge, cuando tengo un punto de referencia para definir los atributos de estos opuestos, nuevamente, y es de agradecer, fecunda ambigüedad.

Cuatro puntos es una obra del Colectivo Carretel Danza, dirigida por Yenzer Pinilla y asistida por Nelson Martínez. La bailan Angélica Acuña, Diana Salamanca, Asdrubal Robayo, Nelson Martínez, Luisa Camacho, Vanessa Henríquez, Diego Fetecua, César García, Ricardo Villota, Ingrid Londoño y Yenser Pinilla. La música la hace David Montes y la iluminación Luis David Cáceres. Acaba de presentarse en Sao Paulo, en el marco de la Primera Muestra de “Danza a Deriva”.

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