Con aforo lleno en la Cinemateca Distrital se estrenó el 10 de febrero la obra Aeon Oz; una pieza audiovisual interdisciplinar, que, tras una producción compleja de más de tres años, sobrevivió a los retos de la pandemia y por fin vio la luz ante el público capitalino. Se trata de una obra de arte total, que vincula la danza, la música, el arte visual y cinematográfico en una amalgama de sensaciones que invitan al espectador a la contemplación filosófica, y, por qué no, a un estado meditativo. Un placer para los sentidos que se escapa a la percepción del tiempo.
La espiritualidad, la majestuosidad y la belleza son aspectos que definen esta obra a nivel estético y conceptual, explorando contrastes interesantes como la conexión con lo divino desde lo terrenal. Las montañas inmortales y los templos sagrados de Nepal e India que han permanecido por siglos, en contraste con el cuerpo; ese lugar que somos, móvil, vulnerable, efímero que algún día deja de ser para marchitarse y convertirse en uno con la materia y el cosmos.
Aeon Oz, de gran riqueza audiovisual por su diversidad de texturas y el uso del color, presenta un devenir místico de autodescubrimiento, en una naturaleza que es inmutable pero cambiante a la vez. Los entornos como el desierto, la montaña y el río (y la arquitectura que también tiene una presencia determinante en la obra) llevaban al personaje central a transitar por distintos estados corporales, como la ligereza, pero también la fuerza y la contundencia, lo volátil y lo etéreo. Por momentos, la expresión en el rostro impasible de este ser, atemporal, con total neutralidad y pureza, recordaba imágenes de deidades de religiones antiguas, como canalizando sabiduría ancestral.
También se evidencia una simbología del color en cada escena o episodio de la obra. Colores que acompañaban una sensación, como el blanco de la inocencia, o el amarillo que comunicaba dinamismo y juego. La música también tiene un papel central como lenguaje expresivo e hilo conductor a lo largo de la película. “Mira la música, escucha la danza”, decía Balanchine, para quien la danza era música hecha visible. Esta creación reúne claramente este concepto, pues existe una interacción indivisible entre el movimiento y la música, que termina convirtiéndose también en un personaje.
La pieza está cargada de elementos que proporcionan una fuerza vital que se apoderaba de la pantalla a través de imágenes de poder. Cada color en el vestuario y el entorno parece ser un espíritu, una fuerza que se invoca con su uso. Y es que el color tiene gran importancia para Heinz Kasper, el director austriaco, quien ha venido experimentando con la luz y el color desde hace más de 25 años. Ha trabajado con producciones en diversos formatos, no solo el audiovisual, sino también Land Art, instalaciones, proyecciones, y pintura al óleo. Para él, todo es luz, en todas las dimensiones de la palabra.
Hace algunos años Kasper conoció a Juana Del Mar, quien es la intérprete creadora y coreógrafa en esta obra. Originalmente presentaron Aeon Oz a modo de performance escénico en Rumanía en 2018, en India y en Nepal en 2020, y se dio la oportunidad perfecta para hacer una producción audiovisual que reunió talentos internacionales. Charles Vodoz, quien ha construido su carrera en Colombia, tuvo participación en la creación coreográfica, y la película también contó con un equipo de bailarines colombianos en algunas de las escenas finales.
Es una obra que merece ser vista con la mente abierta hacia la reflexión sobre el ciclo infinito de la existencia y la transformación. Expone un camino espiritual, en el que lo que podría parecer un final (como la imagen del personaje fundiéndose con el mar) es aquí presentado como un nuevo inicio o re-nacimiento. Es el retornar a ser uno solo en comunidad. Hacia el final de la obra se lee el mantra Aeon oz, que inspira toda la creación e invita a pensar en la experiencia humana y la unidad universal.