17 de octubre / 2024
Querida Juana:
Así como se puede conocer a otro solamente con abrazo y tacto, se puede ver todo, el cuerpo y el movimiento, nada más que en las palabras. Allí donde hay tacto, llega a ser prescindible el habla, y, curiosamente, donde no hay cuerpo viene el verbo y lo sustancia. Esto me hace pensar en los desplazamientos sensoriales de los que somos capaces con el fin de aprehender lo que en principio parecía corresponder a un sentido diferente. Se escucha con la piel, se ve por el oído, se siente una voz, ¡o el recuerdo de una voz! ¿Te ha pasado?, ¿que una palabra de hace cinco o diez años te toque en algún punto de la piel?, o más todavía, ¿algún órgano interno?
Hablo de esto porque en tu carta he podido ver (con los huesos, que tienen oídos) lo que fue el encuentro del CEC el jueves pasado. He visto también el proceso. Naturalmente, no me refiero a cada uno de los eventos del proceso o de la muestra; hablo más bien de sus corrientes, sus movimientos internos. Acaso su forma general, un esbozo de su geometría. Es verdad que tengo información previa, por haber hecho parte del experimento en sus versiones anteriores, y por eso quizás logro figurármelo con alguna claridad, pero en tus líneas hay otros contornos, lo que se teje después de tu propia experiencia y tu propia lectura y la singularidad de tu presencia. Por ejemplo, es para mí más o menos familiar el hecho de que aquello que se va cuajando al interior del CEC no tenga nunca o casi nunca una forma definida, que se comporte como un organismo irregular que bien puede tener su núcleo en la esquina o fuera de sus límites. Es para mí cercana la idea de que, más bien, no haya límites definitivos, y de que todo sea lo mismo y diferente cada día, de que los nombres se esfumen a veces y dejen sentir con mayor claridad el músculo y la mirada. Pero es nueva esta configuración en que una presencia precisa (la tuya) traiga esa voz que anuncia un recuerdo o emite una interjección, o diluya sobre el metal de la silla la rebeldía de su disciplina, para luego, quizás, instaurar la disciplina de la presencia indeterminada.
Creo que uno de los alcances de la experimentación del CEC es superar el juicio de la mirada, ejercitar la permanencia de lo que se es, arañar algo de libertad. Lo de la libertad es todo un tema, no se le puede agarrar casi por ningún lado, pero creo que la arañamos cuando rompemos la estructura, la que somete a la voz, la que constriñe el movimiento. Rozamos la libertad, con uñas o con la yema de los dedos, cuando por fin proponemos esa presencia que no se somete a la mirada externa, cuando desaparece el peso, y cuando logramos sostener lo que se puede ser en tal o cual instante.
Puedo ver muy bien lo que ha habido en el CEC este año cuando hablás precisamente de la liberación del peso de la mirada. ¡Es tan claro! No importa si se dan cuenta o no -decís-, hay tantas cosas pasando, y lo que importa es derretirse, hacerlo, permanecer en ello. Ya esas líneas me permiten ver no solo tu propia acción, y la carga que tiene, su sentido, sino también el paisaje, el mundo circundante, esas otras posibles revelaciones para quienes en otro punto se derriten también, o saltan, o corren o tiemblan u observan. Lo que sucede es que al lograr develar unos cuantos rasgos fundamentales: el peso de la mirada, la liberación de la misma, la determinación de permanecer, la simpleza y densidad de la acción de derretirse sobre la silla de metal, y la presencia de lo demás… al lograr vos mostrar estos rasgos, que son sustanciales, uno puede hacerse a la idea del todo, como cuando un fragmento medular en una novela te hace entrever las 300 o 400 páginas que la acaban de componer. Ahora bien, dado que el CEC viene a ser como el universo de Pascal «una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna», puedo imaginar esos otros núcleos o densidades allá en los demás cuerpos que lo integraron.
Me conmueve, por otro lado, saber de la ruta que has hecho, el viaje que te propusiste de ir de cierto orden a algún otro estado, de la cabeza al cuerpo. Luego objetaremos nosotros mismos que la cabeza también era el cuerpo, etcétera, pero lo cierto es que aquella motivación, redescubrir los ritmos de la respiración o la sangre, el peso de nuestros brazos o del culo, la presión de la planta del pie sobre el suelo y, sobre todo, la existencia de los demás y la relación que tenemos con ellos (a través del ritmo de la respiración, y a través del brazo, el culo y la planta del pie)… esa motivación nos abre un nuevo panorama y una nueva posibilidad de comprensión del mundo. Luego viene entonces aquello que decís de terminar siendo parte de algo. Yo lo he llamado, plagiando quién sabe a quién, un cuerpo plural. Una cosa compuesta, enrevesada, que en todo caso te permite una singularidad, pero una singularidad malaxada con ese magma divino que no nos deja ubicar el lugar exacto de otra cara u otra piel. La manera simple de decirlo es que pasamos de la cabeza al cuerpo, de las estructuras y las jerarquías a la simbiosis y demás combinaciones aleatorias, con el claro propósito de soltar el control absoluto de las circunstancias, de aceptar las configuraciones posibles e imposibles de los cuerpos.
Al leer tu carta me di cuenta de que tu biografía bien podría ser casi la mía: «Y en mi casa, que era la casa de mi abuela, que era la casa de mis tíos, que era la casa de todos, no había un espacio que fuera solo mío». Por mi parte, todavía voy a esa casa. Ya no vive allí tanta gente, solo 4 personas, pero me pregunto cómo era posible que en otro tiempo acogiera regularmente a 8 o 10 cuerpos, y a 15 o 16 en tiempos de fin de año, en solo 4 habitaciones pequeñas. Imagino que esas configuraciones y esos vínculos de alguna manera se activan al cruzarnos con los demás, por ejemplo, en un espacio como el CEC, en donde al fin y al cabo lo que pretendemos es, sobre todo, habitar el lugar. Establecer alguna dinámica de existencia. Hacer que algo sea. En el intento de hacer que las cosas ‘funcionen’, interviene esa historia singular (¡qué camello: interviene la familia y la casa de cada uno!) y por eso me resulta tan valioso el poder mirar los subfondos de los eventos. Nuevamente, observando los subfondos, reconoce uno de manera más o menos fiel lo que ha sido la superficie…
Creo que fui algo de piscina cuando llegué allí, pero creo que estaba todo lleno. Sigo estándolo, y cada vez los demás hacen que abra campo para lo extraño, lo que en principio no quisiera ser y luego termino siendo de una manera más o menos feliz.
Me ha gustado mucho leerte. Nos conocemos ahora un poco más.
Un fuerte abrazo de vuelta, y nos vemos pronto.
Rodrigo