La conducta consecuente es algo imposible para la mujer salvaje, pues su fuerza estriba en su adaptación a los cambios, en sus danzas, sus aullidos, sus gruñidos, su profunda vida instintiva, su fuego creador. No es consecuente por medio de la uniformidad sino más bien por medio de la vida creativa, de sus sagaces percepciones, de la rapidez de su visión, de su flexibilidad y su habilidad.
“Mujeres que corren con los lobos”
Clarissa Pinkola Estés
(…) Vivir una experiencia, un destino, es aceptarlo plenamente. Ahora bien, no se vivirá ese destino, sabiendo que es absurdo, si no se hace todo para mantener ante uno mismo ese absurdo puesto de manifiesto por la conciencia. Negar uno de los términos de la oposición de que vive es eludir el problema. El tema de la revolución permanente se traslada así a la experiencia individual. Vivir es hacer que viva lo absurdo. Hacerlo vivir es, ante todo, contemplarlo. Al contrario de Euridice, lo absurdo no muere sino cuando se le da la espalda. Una de las únicas posiciones filosóficas coherentes es, por lo tanto, la rebelión. Es una confrontación perpetua del hombre con su propia oscuridad. Es exigencia de una transparencia imposible. Vuelve a poner al mundo en duda en cada uno de sus segundos. Así como el peligro proporciona al hombre la irremplazable ocasión de asirlo, también la rebelión metafísica extiende la conciencia a todo lo largo de la experiencia. Es esa presencia constante del hombre ante sí mismo. Esta rebelión es la seguridad de un destino aplastante, menos la resignación que debería acompañarla.
“El mito de Sísifo”
Albert Camus
Como un paisaje onírico, el taller de Butoh dirigido por el maestro Ko Morobushi y en el cual me sumergí intensamente durante aproximadamente un mes, se reconstruye ante mis ojos a través de la simple lentitud del vuelo de un insecto que atraviesa la sublime magia del momento. Los pasos del maestro Ko me siguen suspendiendo por la ahora intangible fragilidad de su cuerpo. La variedad de pies haciendo contacto con el suelo cobran vida, ritmo, color; su sonido tamborilero recrea itinerante la emoción que recorre los cuerpos móviles en el salón. La ligereza y precisión del correr de Ko no tiene más remedio que aumentar el efecto hipnotizador de la sesión. La sutileza de sus palabras tocan algo más allá, muy dentro de ti, entonces: se vislumbra el reto transversal, aquel que se viene a afrontar agudiza su dimensión, cambia su color. Mutación del cuerpo, de valores, de preceptos; el emocionante cambio. Asumir el cambio de piel, hacerlo necesario, poder contemplarlo en todo su esplendor. Hilar el hecho de perder, de dejar morir, con aquello que nos permite recibir constantemente; poder soltar para recoger nuevas sensaciones, “extrañas” corporalidades, asumir nuevas verticalidades.
La metamorfosis se hace inminente cuando la fragilidad se percibe en su bello esplendor. Entra el aire por todos los poros de la piel, se quiebra el hielo que recubre la intuición, la sagaz percepción, la fuerza para entender nuestra innata vulnerabilidad. La fragilidad nos acompaña en cada abrazo, en cada paso, en el tibio hálito y en el transportador cantar de las hojas que silban durante las noches. Cada acción cobra una trascendencia inimaginable. Se trata entonces, no de complejos movimientos o de la estructurada historia de un personaje, es más bien la simple escucha de lo que ya nos está dado, es la profunda conciencia de la naturaleza orgánica que nos compone. El caminar por ejemplo, esta acción cotidiana que pocas veces es objeto de nuestra reflexión, este hábito que no tiene aparentemente mayor trascendencia se torna en un complejo quehacer que es irremediablemente absorbido por los encantos de la a-temporalidad. Es avanzar en una ilusoria quietud, estados que detienen el correr del tiempo. Es un caminar que revierte nuestra manera cotidiana de trasladarnos, donde las dualidades (derecha e izquierda) se mezclan tornándose en un mismo todo. Donde no camino con mi pierna derecha y luego con la izquierda sino que me muevo por entre una grieta, un vacío donde el balance es muy frágil y estrecho, a través de un mismo eje que conecta por mi cuerpo la tierra y el cosmos. Así percibo entonces la grandeza que se crea por ese canal que soy.
El maestro Ko nos cuestiona recordándonos que además de que estamos aquí cada uno y los otros, también cada uno de nosotros está en los otros y los otros en cada uno a su vez. Somos ese canal, ese ser que se compone de todas las naturalezas vivas y muertas que conforman el universo. Podemos ser muchas materias, tener muchas naturalezas, distintas formas, poseer variados y opuestos instintos. Somos seres complejos conformados por versátiles multiplicidades. Con esta idea recorriendo nuestros cuerpos, nos acercamos a diversas cualidades como el humo, la roca, la arcilla, la arena y el agua; todas ellas y otras más, no desde la representación de las mismas, sino desde la búsqueda de ellas en nosotros, de cómo ellas viven entre nosotros y cobran vida a través de nuestro cuerpo. Es una búsqueda inalcanzable, un asiduo escudriñar, un sorprendente despertar de existencias que nos son sublimemente propias, irremediablemente innatas, pero que han sido cubiertas a través del tiempo por el polvo, que esculpe sobre ellas gruesas capas que irrumpen el espacio ocultándonos su brillo seductor.
Es un verdadero reto el soltarse de las maneras propias, de las fórmulas de comportamiento ya conocidas. El vertiginoso proceso de desidentificación se hace inminente, ese estado de NN donde no eres solo tú con tus cualidades, limitaciones, gustos y sentimientos, sino también algo completamente diferente a ti, donde existe la oportunidad de acercarnos a nuestro yo bajo otros conceptos y parámetros, concebirnos como algo más allá de lo que creíamos hasta entonces ser, comprendernos bajo una condición holística que nos conecta con el entorno. Se trata de despojarse para poder percibir la otredad en ti, para aprender de la extrañeza, de las amorfas corporalidades. Es visitar lugares poco conocidos, poco explorados. Como escudriñar nuestros arquetipos, lo que culturalmente se entiende como lo común, lo debido, lo que es, lo que ya está dado, ¡la Normalidad! Una normalidad moldeada por manos cercenadoras e inflexibles.
Gran parte de nuestra intuición, de nuestros instintos, quedan alelados por los incesantes golpes a los que se les somete en la negación de los mismos. Su naturaleza pasa a ser parte de lo prohibido, de lo que debe ser reprimido y exterminado a causa de su carácter brutalmente oscuro. “No se trata de acercarse al misterio o de indagar sobre él, no es una cuestión de misterios, se trata de explorar eso que aún no conocemos pero que también hace parte de nuestra esencia” afirma el maestro Ko al locutor de radio que lo entrevista en esta ocasión. Es sin duda despegar de esos estados de comodidad aparente, de falaz auto-aceptación, de fugaces reconocimientos; para ahondarnos en la búsqueda salvaje, para quebrar los lazos de terror incontrolable, para explorar osándonos a transgredir lo meramente obvio, para tener el coraje de esperar sabiendo que en la continua exploración se vislumbrará finalmente un lucero que rebasará la conocida gama de colores, que será capaz de desarmarnos dejando nuestro aliento luminosamente inspirado. Una hazaña donde se lucha, donde se resiste, donde se ama con pasión la inalcanzable búsqueda, donde no siempre se comprende lo que se encuentra, pero donde el ánimo de enriquecer las vivencias y la consciencia logran dibujar siempre nuevos caracteres que entonan dulcemente un nuevo despertar.
Esa “danza de la oscuridad”, de lo que revierte, de lo que cuestiona, un desafío interior y cultural, que vomita sin modestia la apariencia, los inútiles modelos de perfección, las irrealidades que se empeñan en ahogarnos, en matar el alma con bocanadas de ilusiones que no son más que patéticas distracciones que obstruyen desaforadamente la esencia. Esa esencia que se compone tanto de lo culturalmente deseado como de lo no deseado, del animal que posee cada uno, de esa naturaleza que no es buena o mala, mejor o peor, sino que sencillamente nos es inherente.
El Butoh es cambiante en esa medida, siempre refrescante, conmovedor por naturaleza, tras-tocador de paradigmas. Es una estructura en continua construcción, pues incluso desde sus orígenes no fue motivada simplemente por el desastroso hecho histórico del cual fue víctima la población japonesa al estallar las primeras bombas nucleares de la historia, en Hiroshima y Nagasaki, marcando así el fin de la II guerra mundial, sino también como la respuesta a años de estudio, de investigación, de aguda y crítica observación e interacción con el entorno: la cultura, los esquemas, las personas, la naturaleza. Del coraje que viene directo del alma de seres que se atrevieron a ir más allá, que osaron abrir el horizonte de posibilidades, que no temieron desaprender, transformar, crear con su cuerpo lo inimaginable… hacer los “colores prohibidos”.
Así 1959, año en el que Tatsumi Hijikata junto con Katzu Ohno realizan su primer performance publico denominado “los colores prohibidos”, se dibuja como el nacimiento de una danza que llega a transgredir y como su nombre lo dice vendrá continuamente en busca de lo prohibido, de lo estigmatizado, hablará entonces de profundidades hasta ahora inefables. Porque el Butoh, como lo asegura el maestro Ko, necesita un futuro, seres que se atrevan a transponerse, nuevas almas que se entreguen al dulce vacío de lo desconocido, de lo que parece indecible, intangible. Así se reafirmará entonces: bajo nuevos retos, al candor de nuevas lluvias y en el borde donde se quiebran los cristales de lo aparente, donde se llaman las máscaras del olvido y donde se invoca sin cesar el poder del fuego, del cambio, de la encantadora a-temporalidad que aguarda cada instante que viaja por el universo.
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