La muerte nos convierte a todos en ángeles y nos da alas…
donde antes teníamos hombros,
suaves como las garras de un cuervo.
A feast of friends – James Douglas Morrison
Yo tenía quizás 19 años y unas ganas irrefrenables de ser bailarín cuando conocí a Francisco Díaz (o Pacho, como suelen decirle a todos los Franciscos). Yo tenía quizás 18 la primera vez que lo vi, en un olvidado estudio de danza de la carrera 8 con calle 57, aquí, en la ciudad de Bogotá. Recuerdo perfectamente verlo estirar en el vestier, haciendo esa secuencia que absurdamente llamamos saludos al sol (ahora que lo pienso, no es de mi total certeza afirmar que ese fue el primer momento en que de veras lo vi, aunque creo saber, o suponer, que es el primer recuerdo que albergo de él). Sigamos. Estiraba, muy juicioso y en silencio. Quizás se preparaba para tomar o dictar alguna clase. Al ejecutar tal secuencia, ese hombre profundamente delgado y blanco se veía verdaderamente majestuoso (debo reconocer que, como tantos, haré al pie de la letra esa tarea aburridamente póstuma y repetitiva de hablar bien de quienes ya el viento se ha llevado; ¡qué le vamos hacer!), parecía una estrella, un ícono… un bailarín. Y yo quería parecerme a gente como él; yo quería ser bailarín. Y para rematar, por esa época se estrenó Billy Elliot. Sigamos. Verdaderamente majestuoso, sólido, y elástico al mismo tiempo, como un bailador o un rock star… Un Mick Jagger pero bonito, sin neumáticos en sus labios, que es lo que le cuelga de la boca al cantante de las piedras rodantes. Y este hombre, profundamente silencioso y tímido estiraba, y se veía como un verdadero prodigio de la danza y la vida: alguien que aspira a la gloria de desprenderse rápidamente de esta vida y de los honores, quien es consciente del olvido y la materia, y quien puede, como dijo Nietzsche, “ejercer el difícil arte de irse a tiempo”, o a destiempo.
Después, cuando yo tenía más o menos 19, comencé a tomar mis primeras clases de danza contemporánea. Por pura casualidad di con sus clases. Esto fue en la EFA, que en esa época estaba ubicada en una vieja casa de fantasmas de la carrera 7 con calle 54. Él parecía un viejo predicador que predica en silencio, sin querer evangelizar a nadie, economizando palabras que cambiaba por respiración; como un ateo de la danza. A decir verdad me costaba entenderle, pero quería ser como él. Recuerdo especialmente de esas primeras clases una canción: Call me, de Blondie.
Luego estuve en el Teatro La Libélula Dorada, asistiendo a una obra que Pacho creó y dirigió para la compañía Paidos, y que se estrenó por esa época dentro del marco de uno de los primeros festivales de danza que organizó dicho teatro de títeres y marionetas. Esa creación, un comic tragicómico de superhéroes, malhechores y doncellas, tenía un nombre muy resignado y poco romanticón: “Hoy en día nadie esta dispuesto a morir por amor”. Sin embargo, y con tan solo mirarla, todos nos dimos cuenta que quienes están verdaderamente dispuestos a morir por amor son los malos de las películas, los malhechores de telenovelas, esas piedras rodantes que, de vez en cuando, se desprenden desde lo alto de una colina para dar tumbos frenéticos o silenciosos por las calles o los campos, y que buscan su propio lugar en el mundo raptando a la mujer de otro. ¡Vaya, una obra sexualmente inquietante! Y yo quería bailar en ella…
Unos meses después, Pacho me llamó y me preguntó que si quería bailar en su obra, que si estaba dispuesto a reemplazar a Orlando, uno de los intérpretes, quien había viajado a no sé qué lugar del mundo a bailar tango. Me entusiasmé y me extrañé al mismo tiempo. Por supuesto, dije que sí, que de una. Estuve durante un tiempo bailando con todos ellos (Alex, Claudia, Pacho) por algunos escenarios y algunas calles de esta ciudad. Fue la primera vez que bailé.
Por lo demás, seguí tomando sus clases, aprendiendo; hasta que de un momento a otro dejó de darlas. También lo vi bailar. Y allí, en la escena, a la hora de actuar, parecía que todos los animales de esta jungla podían caber en ese rostro blanco y ese cuerpo elástico: un zorro, un pájaro cazador, una sirena o un canino malhechor dispuesto a morirse por amor. Una danza difícil de explicar, seguro, tal vez apasionada y erótica, nunca heroica como la de Michael Jackson o Elvis “Pelvis”; pero infinitamente mas impredecible y misteriosa. Era, Pacho, una columna vertebral atravesada por un trueno, por un relámpago de serpientes y leones.
Luego, casi no lo volví a ver. Yo me perdí por ahí y puede que me haya olvidado por momentos del profe, del director y parcero. Sé que sin hacer escándalo, casi en secreto, el seguía rodando por su incansable deseo de creación. Hay gente que realmente lo conoció, posiblemente son ellos quienes cuentan con las mejores facultades para dar un testimonio más verídico de él. Lo que queda es esta impresión, este conjunto de anécdotas que crearon en mí el deseo de bailar como solo él lo sabía hacer…
Eh, Eh! Pacho:
Estamos, estoy aquí afuera, “sobre este divertido viejo mundo que va dando vueltas, que parece enfermo y esta hambriento, cansado y roto, que parece como muriéndose y apenas ha nacido”. Estamos aquí afuera, algunos nos reímos y nos divertimos como niños, como cachorros, jugando esta tragicomedia de héroes, malhechores y doncellas. Felices, usurpándote movimientos para así, sin que muchos lo noten, te vayas regando por ahí, en los espejos y en los linóleos y en las maderas. Felices, haciendo ruido mientras viajamos sobre esa huella de cenizas dispersas por un rio con destino a algún mar. Felices, como cachorros, acercándonos inequívocamente a la inmensidad, a la nada.
¡Eh, eh, Pacho!, ¿y tú qué? ¡Compadre tímido y noble!
¿Allá adentro?, “¿retirándose?, ¿haciéndose a un lado?, ¿ocultándose un momento?, ¿estándose quieto?, ¿olvidando?, ¿siendo olvidado? ¿Refugiándose desnudo en el discreto calor de Dios?” ¿Rodando, como las piedras, con destino al mar? ¿Dispuesto a volver a morir por amor?… o ¿haciendo un par de saludos al sol en un olvidado estudio de danza para quizás volver a empezar?
Porque aquí afuera has dejado algunas luces prendidas y los grifos abiertos.