Despojados de la estructura que nos brinda el seguir el movimiento de otro, el espacio demarcado o las cuentas de un tiempo definido, los límites se amplían y entramos en una experiencia diferente. Nuevas conexiones neuronales se activan, surgen maneras distintas de percibir el espacio y la presencia del otro, se amplía la capacidad de habitar el presente y responder con todo nuestro ser a lo que nos rodea.
Ese es el territorio al que entramos cuando improvisamos en movimiento y que, gracias a las reflexiones que me han surgido durante la formación y en los procesos de creación en danza, quisiera describir de manera general en este escrito.
-Improvisando-
ACUERDO Y PRACTICA
La Improvisación, ¿una práctica libre?
La improvisación en danza es una práctica que se encuentra al inicio de muchos procesos creativos; a ella se acude cuando se busca explorar en movimiento una sensación, un sentimiento, una idea, una acción. Es también una práctica que permite el encuentro de múltiples expresiones individuales y colectivas en eventos tales como los jams, en donde no existen restricciones sobre la manera en como ocurre el encuentro y por el contrario, se permite el uso de un sinnúmero de códigos de movimiento. En la medida en que permite tanto la exploración de lo particular, como el encuentro de lo diverso, resulta una práctica abierta, donde la posibilidad está siempre presente y hay mucha libertad.
Esta condición sin embargo, no supone que no requiera de entrenamiento alguno. Por el contrario, para poder acudir a ella es necesario que el bailarín, a nivel individual, indague en sí mismo y reconozca los elementos con los que cuenta en tanto improvisador, y exige del grupo un entrenamiento para fortalecer la energía del colectivo. Especialmente cuando improvisamos con otros, esta práctica obliga a que se desarrollen habilidades tales como la atención, la escucha, la capacidad de reaccionar con total apertura a lo que el instante presente propone, la espontaneidad, la disposición al encuentro y a la construcción con el otro. Requiere además de trabajar con el riesgo, con el indagar en lo inesperado, pues éstos son elementos dinamizadores que permiten que las situaciones físicas se transformen, y tanto la acción como la plasticidad del movimiento se desarrollen.
El entrenamiento de la improvisación permite ampliar la atención sobre el espacio y la capacidad de registrar lo que sucede en él. A través de ejercicios que abren los sentidos y trabajan en conexión con el sistema nervioso, cuando improvisamos, los sentidos y la mente se disponen a reconfigurar un universo de relaciones entre cuerpos y espacio.
La improvisación, ¿una práctica espontánea?
La práctica de la improvisación sucede cuando cuerpos atentos y oyentes acuerdan un terreno de exploración dado por pautas y se permiten ahondar en el conocimiento de ese territorio común. Con las pautas se da inicio al movimiento o se conduce el desarrollo de la exploración. Existen diversidad de pautas, algunas se desarrollan como dinámicas en donde se trabaja el movimiento libre, en otras se proponen variaciones de movimientos previamente coreografiados. Como bien menciona Islas, las pautas son “modificaciones en el uso de las partes del cuerpo, el espacio y el tiempo a partir de recombinación de elementos tradicionales de la danza o introducción de nuevos elementos.” (Islas, 2001)
Como en cualquier juego en donde se establecen reglas, en la medida en que la pauta es más comprensible y más definida, el ejercicio de la improvisación resulta más sencillo, divertido y enriquecedor tanto para quien lo realiza como para quien lo observa. Las pautas son entonces acuerdos necesarios para un juego posible, generan un nivel de entendimiento que permite que se construya un universo común donde ya no se está solo como individuo en un espacio, sino que la manera en cómo se está y lo que puede suceder al interactuar con otros, definen el territorio de ese universo. En esta dinámica de interacción los bailarines construyen entre ellos, y a cada segundo, la composición de su intervención. En ella suceden conexiones espontáneas, en las que se dan correspondencias a nivel de movimiento o se establecen diálogos entre dos o más bailarines. Las conexiones suceden y se potencian en la medida en que los bailarines están plenamente entregados y atentos a lo que ocurre, y aprovechan esos momentos en los que se entra en conexión y hay coincidencias. Lo anterior permite definir a la improvisación como una composición de carácter espontáneo.
La improvisación, ¿una experiencia acumulativa?
La escucha que haya entre los bailarines, la conciencia del espacio que se reconfigura a cada segundo y la disposición individual para improvisar incorporando el riesgo, resultan indispensables para que lo que se teje entre los bailarines y el espacio tenga un ritmo y una composición coherente e interesante, no sólo para quien lo percibe desde afuera, sino también para quien lo construye a cada instante. Por su carácter espontáneo lo que sucede en una improvisación es una experiencia única e irrepetible. Al querer capturar o profundizar dicha experiencia, es frecuente que se recurra a pautas. Estas también son unidades de significación que describen la intención con la que se trabaja el movimiento.
En el entrenamiento de la improvisación es frecuente escoger una sola pauta que se trabaja una y otra vez buscando detectar variaciones rítmicas y coreográficas. En la medida en que cada una de estas ocasiones es única, no se trata de una experiencia cerrada en donde la dinámica muere; por el contrario, el descubrimiento de un nuevo aspecto de la pauta hace que surjan variantes que revitalizan, y que permiten explorar desde un nuevo lugar. La repetición de la pauta es por tanto un ejercicio abierto, de flujo, que permite a los bailarines explorar y pasar por todo tipo de situaciones emocionales, mentales y físicas, a través del surgimiento de dinámicas grupales diversas.
De igual manera, la improvisación trabaja con estructuras conformadas por secuencia de pautas. Al entrenar con estas secuencias y repetirlas una y otra vez, aparecen momentos coincidentes o similares que evidencian el surgimiento de un ritmo común. Cada improvisación es entonces una composición enmarcada por pautas y ritmo, llena de instantes espontáneos y únicos. Se trata entonces de estructuras flexibles llenas de matices.
La improvisación puede desarrollarse también a partir de una secuencia de movimientos fija que los bailarines alteran con cambios de dinámica, o cambios de frente, por ejemplo. Cada vez que la secuencia se repite, la composición resultante es diferente, pues el orden en el que ocurren los movimientos siempre varía. Como la posibilidad de recombinaciones es tan amplia y exponencialmente mayor al número de bailarines, cada experiencia es única, se actualiza por sí misma y permite explorar diferentes maneras de entrar en relación. La espontaneidad prevalece en este tipo de composiciones.
LA MATERIA.
¿A qué acudimos y en dónde está nuestra conciencia cuando se improvisa?
En la medida en que consideramos la conciencia como esa certeza que se tiene sobre la existencia de algo, la conciencia de sí mismo abarca la totalidad de nuestro ser y se encuentra en cada uno de nuestros pensamientos y sentimientos, en cada parte de nuestro cuerpo. Al querer responder la pregunta sobre dónde está nuestra conciencia cuando improvisamos, entramos a indagar sobre nuestra existencia contenida en pensamientos, emociones, sensaciones y cada célula de nuestro cuerpo, durante el momento de improvisar. Resulta entonces apropiado traer a colación lo planteado por Dominik Borucki[1] en sus clases de Improvisación, esto es que la emoción, la fisicalidad y el pensamiento son categorías que permiten profundizar el estudio de la improvisación en la medida en que son las puertas a través de las cuales ingresamos al movimiento y, que ya instalados en él, coexisten y en muchos casos se superponen. En efecto siempre que iniciamos una improvisación partimos de un lugar que puede estar más cerca de la emoción, de la fisicalidad o del mundo de las ideas, y si bien teóricamente resulta fácil comprender la existencia de estas tres categorías como territorios separados, en la práctica no siempre se da esta distinción.
A veces, y según el momento de la vida en el que estemos, o la manera de ver el mundo que hayamos construido, estas categorías se superponen. Personalmente fue muy interesante descubrir que para mí, en algunos de los ejercicios propuestos por Borucki el cómo estoy y cómo me siento estaban muy cerca, y por lo tanto, al moverme, la exploración de la fisicalidad siempre estaba teñida por emociones. Al estar instalados en el movimiento improvisado no siempre trabajamos con la emoción en bruto, con la contundencia de lo físico o la persistencia de la idea, suele suceder que saltamos de una categoría a otra sin mayor dificultad; en el movimiento propuesto coexisten en diversos niveles la emoción, la fisicaldad y la idea, o en la exploración del movimiento hay una transformación progresiva de una categoría hacia otra, pues cada una de estas categorías supone una serie de niveles o matices. En la medida en que los ejercicios de improvisación propuestos por Borucki buscan hacer una observación detallada de cada una de estas categorías, se da la posibilidad de reconocer cuál de ellas utilizamos más frecuentemente, cómo las superponemos y a cuál de ellas acudir para ampliar nuestros propios recursos de movimiento. Así, identificar las diferentes vivencias que experimentamos cuando nos movemos y que surgen en el transcurso de la improvisación, da herramientas para entender cuál es el camino que se está construyendo y cómo se puede andar en él.
EL TIEMPO
¿Existe la noción de pasado, presente y futuro cuando se está improvisando?
Libre o pautado, el acto de improvisar requiere de una atención particular en donde nuestros movimientos dan cuenta de lo que sucede en el cuerpo, con la sensación, la emoción y los pensamientos, al mismo tiempo que ocupan y determinan el espacio en que ocurren. Esta disposición del cuerpo en movimiento en un espacio determinado supone la noción de tiempo. En la medida en que la persona que improvisa tiene la conciencia absoluta de lo que le sucede, experimenta el instante plenamente, define claramente con su movimiento un espacio y por lo tanto establece un presente. Es capaz de recordar lo sucedido, por lo cual incorpora la conciencia del pasado. Además, puede llegar a proyectar una acción y prever lo que su movimiento provocará en el espacio, es decir que el ser capaz de adelantarse al movimiento, introduce la noción de futuro.
El trabajo corporal supone la conciencia individual del cuerpo en relación con el espacio que lo rodea y por lo tanto es siempre presente. Algunos entrenamientos corporales trabajan de manera específica estas nociones.
Las clases de improvisación del estilo de la de David Zambrano[2] buscan desarrollar la conciencia del espacio y de la existencia de los otros a partir de ejercicios individuales que hablan sobre el adentro y afuera, y de ejercicios grupales dinámicos en donde se trabajan desplazamientos en todas las direcciones (incluyendo el arriba y el abajo), con trayectorias circulares y que plantean diferentes maneras de moverse en el espacio y a través de otros cuerpos. Los ejercicios planteados por Zambrano exploran el riesgo y llevan a los bailarines a abrir los sentidos y desarrollar la atención y la escucha de tal forma que la percepción se amplía y nuevas formas de relación entre los cuerpos y con el espacio surgen. En esas nuevas formas de relación con el otro, con el espacio exterior, las barreras, los límites y la dicotomía entre afuera y adentro se desvanecen, dándole espacio a un nuevo territorio de posibilidades, donde los sentidos y la mente parecen más flexibles, más dispuestos, más libre de los miedos que nos separan.
Entrenamientos como los planteados por Juan Kruz Díaz[3] o Renate Graziedei[4], basados en la técnica Klein, proponen la observación detallada del cuerpo en cada instante, exenta de juicios. Parten de ejercicios donde la respiración larga y profunda, y la autoobservación, permiten reconocer el cuerpo presente, identificar las tensiones, liberar los músculos y conectar con el sistema óseo para desde allí generar el movimiento. El iniciar con esta observación, sin la idea de construir un cuerpo ideal y aceptando el cuerpo que se tiene a cada instante, dispone física y mentalmente para responder al presente de manera integral. El desarrollar la conciencia corporal de esta forma brinda herramientas claras para habitar el presente y permite que el bailarín entregue lo mejor de sí al moverse. Este tipo de entrenamientos se desarrolla luego con secuencias coreográficas donde el cuerpo es trabajado en su máxima amplitud, lleno de aire, absolutamente consciente de la fluidez y el espacio, totalmente presente y abierto. El hecho de habitar cada instante supone un flujo permanente en donde hay reconocimiento del presente, del momento transcurrido y la apertura hacia lo que está por venir.
La apertura del cuerpo y la mente que se desarrolla cuando improvisamos y que entrenamos mediante técnicas como las anteriormente expuestas permiten hacer conciencia del presente de manera cada vez más profunda. Habitando plenamente cada instante, posibilitamos que el recuerdo de los momentos que ya han transcurrido se intensifique y se haga más vivo y por lo tanto desarrollamos la memoria. El estar experimentando una experiencia presente de manera intensa nos pone en un estado de conciencia que hace posible identificar lo que se está elaborando, el material de movimiento que surge y las relaciones que se establecen con el espacio y los otros. Es gracias a lla posibilidad de recordar que podemos utilizar la improvisación como una herramienta para la composición coreográfica. En efecto, la improvisación permite explorar situaciones, relaciones espaciales y movimientos que al ser vividos y registrados por la memoria pueden ser luego reconstruidos y utilizados al componer.
Desde esta perspectiva el futuro que se construye en la inmediatez de la improvisación puede estar lleno de cambios, contrastes y modulaciones. Es decir que es un camino abierto que invita al riesgo, al juego, la sorpresa y a plantear diversas resoluciones.
La experiencia de la improvisación resulta entonces enriquecedora para quien la vive y para quien la presencia y, si se vive de manera grupal, exige una apertura y una escucha particular en cada individuo, condiciones necesarias para la interacción con el afuera.
[1] Bailarín, coreógrafo y profesor de danza alemán, residente en Barcelona. Ha enseñado y presentado sus espectáculos en unos 15 países de Europa y América. A Dominik le interesa especialmente (tanto en sus clases como en sus obras) la improvisación, que concibe como el arte de comunicarse con otros y consigo mismo. Esto incluye la conciencia del cuerpo, de la mente y de las emociones.
[2] Maestro de la improvisación venezolano creador de la técnica Flying Low. Ha recorrido más de 40 paises enseñando y mostrando sus coreografías, improvisaciones estructuradas e improvisaciones libres. David Zambrano ve la improvisación como un arte y la coreografía como un vehículo para desarrollar su trabajo en improvisación. Para él la improvisación permite mostrar al arte como un intercambio cultural que desarrolla el proceso creativo en un mundo sin fronteras.
[3] Músico y bailarín español trabaja desde 1996 con la compañía alemana Sasha Watlz and Guests como bailarin, coreografo y compositor.
[4] Coreógrafa, bailarina y maestra austriaca, es fundadora del colectivo Labor Gras y reside actualmente en Berlin. Allí dirige su estudio, está involucrada en diversas poducciones coreográficas y es miembro invitada de la compañia Sasha Waltz and Guests. Como profesora de danza contemporánea ha estado eseñando desde 1996 en instituciones como la compañía de Sasha Waltz y la Folkwang Hochshule.