“Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso… Quiere matar, quiere derramar brusca sangre”. La cita es de Borges, se refiere a un puñal, pero también aplica para una CZ 75 Ceska Zbrojovka de origen checo: la pistola que unas manos arman y desarman en la pantalla de un televisor al fondo de la sala, y de cuyo funcionamiento habla una voz sin rostro, una voz tranquila, como si tratara de recetas de cocina, como si explicara un arreglo floral.
El performance, que tiene por título el mismo de esta reseña, es de Liliana Martín, la mujer que, vestida de prendas mínimas, transita la sala entre los espectadores, y mete a los hombres en su pecho, de donde cuelgan unos pequeños parlantes, y los obliga a escuchar la grabación de lo que dice una familia cualquiera cuando trata de temas políticos: que Petro esto, que Uribe aquello, que Piedad, que las FARC, que Santos… y ella sigue, y otra vez un hombre queda atrapado en su seno, como escondida aldea al pie de una montaña.
En el televisor la exposición de la pistola; en los parlantes la charla familiar; sobre una mesa de sala una botella de vino, copas, el manual de uso del arma y “Las flores del mal” de Baudelaire; entre la gente, la huella del perfume de Liliana, y luego las copas que ella misma ha abandonado en otras manos; y en la pared un Sagrado Corazón de Jesús. Este es más o menos el cuadro, una escena lenta, de no agitarse demasiado, pero que progresivamente te va clavando una cierta mirada vigilante, y muy poco la sientes, porque es esa mujer seductora, casi complaciente, la que ahora te apunta con un policía que te apunta con una pistola. Es un chiste aparentemente inofensivo, pero macabro en sus contornos: un cuerpo de formas tremendas maneja un títere que apunta con una pistola: un objeto que dice, sin decir palabra, “arriba las manos”, “contra a la pared”, “al suelo”, y que en su fondo más auténtico lo que pretende es la muerte, penetrar con balas la carne del que es considerado peligroso. Y en la tele, mientras tanto, se mantiene la impasible inducción del mantenimiento de la Ceska Zbrojovka de origen checo, en tono tan despreocupado que uno podría hasta creer en la inocencia de esa flor… y sigue la mujer por la sala, y otra vez un hombre queda atrapado en su seno, como al pie de una reina un gato ronroneante.
Quizás al final de la función (estamos en los Lunes y Martes de Performance, ciclo que se lleva a cabo en la Factoría – L’explose), haya quienes terminen más seducidos que preocupados, y se puede justificar: son esas piernas, esos encajes, es el vino, es el simpático muñeco guarda de la seguridad de la gente bien… tal vez no hayamos leído en esa metáfora que, a la hora de la obnubilación y el encantamiento, alguien, algo, Estado, DAS, Policía del Pensamiento, Ministerio de la Verdad (estamentos orwellianos), dedo presidencial, ojos presidenciales, inquisiciones presidenciales, Gran Hermano, micrófonos, lectores de huellas digitales, registros de códigos, todas esas cosas han estado hurgándonos lo de debajo del calzón y de las palabras, lo que tiene cada conciencia, lo incorrecto, lo guerrillero, lo subversivo, lo que daña el orden anejo a todo régimen; “¿qué está pensando?, ¿qué esconde en la media?, ¿qué trae bajo el sobaco?, ¿usted siembra la mata que mata?, yo sé muy bien quién es usted…”, es lo que, con el gesto, dice el señor de la seguridad, el señor muñeco, el títere que es manejado por la mujer que mete a los hombres en su brasier y en su cabello, en ese negro océano.
El video cada tanto es alternado con palabras escogidas (creo) de la misma exposición: “Recámara”, “Muelle de Avance”, “Cerradura”, “Retén”; palabras secas en apariencia, pero que engranadas unas con otras construyen ese tubo de lengua de fuego. La pistola es desarmada y armada, descargada, limpiada, acariciada, tan cotidiana, tan íntima; la pistola es un miembro de la familia, cuida de ella, de esta gran familia nacional, la protege de los sospechosos, de los que dentro de la misma comunidad han dado en hacer preguntas incómodas; entonces empieza a tornarse normal que a cada cual le toque cada tanto una bajada de pantalones en recepciones de oficinas y en aeropuertos.
Yo diría que el performance de Liliana es claro en la figuración del funcionamiento de los aparatos de control del Estado, y que es tremendamente pertinente y valiente, dadas las condiciones políticas en las que se ha vivido, sobre todo, en estos últimos 8 años de macartismo-uribismo-¿santismo? feroz. Y, por demás, se me ocurre quejarme de que no es fácil escribir de algo que tiene tantas piezas y tantos ángulos como minutos hay en su desarrollo, y que no obstante constituyen una red en donde ningún elemento queda fuera de contexto; hay allí un encuentro de lo poético con lo político, y a la final uno ve converger en ese mismo cuerpo de mujer al Estado, a una espía, una pistola, una titiritera y a una Giganta de Baudelaire.