Soy una piscina vacía

12 de Octubre de 2024
Melgar, Colombia

Querido Rodri:

En la primera clase del CEC nos pidieron hacer una anti-presentación (sin explicarnos qué era eso) y en mi cuaderno escribí: 

Soy una piscina vacía…
pero piscina sí soy
y vacía, a veces, también.

Justo esta mañana miraba cómo la proyección del sol en el agua generaba una sombra ligera que se reflejaba en la pared naranja de la casa en la que me invitaron a pasar el fin de semana. Su movimiento era sutil, parecía como si me saludara.  Ese tipo de cosas me hacen sentir parte de algo, parte del mundo. Te cuento esto porque el jueves en la presentación sentí que todxs éramos parte de algo, el público, lxs de la compañía, mis compañerxs y yo, todxs, por un breve momento fuimos parte de algo. Algo que no tenía una forma definida, pero que tenía vida, impulso, libertad y pasión. 

En la vida me ha costado sentirme así: libre y parte de algo. Culpo a mis padres. Verás, soy hija de una mujer samaria extrovertida y de un hombre bogotano músico y amiguero que me tuvieron demasiado jóvenes. Fui querida, pero no deseada. Y en mi casa, que era la casa de mi abuela, que era la casa de mis tíos, que era la casa de todos, no había un espacio que fuera solo mío. Dormí en el cuarto de mis papás hasta los siete años. Y crecí en esa casa donde todos tuvieron que adaptarse a la presencia de una niña pequeña mientras casi todos terminaban de crecer.  Yo era tímida. Me gustaba escribir canciones y soñaba con ser cantante de pop (todavía es mi sueño! ja!) Mis papás, en cambio, eran espontáneos y sociales, eran relajados y permisivos conmigo. Como nunca me ponían problema por nada, finalmente decidí que mi rebeldía sería ser juiciosa. Me agarré a una estructura autoimpuesta y, gracias a eso, logré sentirme parte de mi vida. 

Decidí meterme al CEC porque en mi acercamiento con prácticas del cuerpo empecé a sentir que el movimiento me ayudaba a dejar de estar en la cabeza. Todo dejaba de ser estructura, y se volvía presente, se volvía respiración, calidad y cuerpo. Así llegué a una premisa: el cuerpo no miente. Y gracias a ese pensamiento, le pedí ayuda a Bellaluz para hacer un taller en el que las actrices de un cortometraje que estaba por grabar se acercaran a partir del tacto. Las dos, tímidas, como somos ambas, nos tomamos un té y en nuestra conversación ella me contó del Centro de Experimentación Coreográfica.  Decidí atreverme. 

El CEC, un poco como esperaba, resultó ser un espacio como Danza Común: sin paredes.  Cada sesión era diferente, la lideraba una persona diferente que nos proponía algo y que nosotrxs, como pudiéramos, lo íbamos explorando. El CEC fue un espacio donde no importaba si eras bailarín o solo curioso, un lugar donde incluso el nombre importaba poco. Lo que sí importaba era la escucha, el tacto y la mirada. Cuando tocas la piel de alguien, cuando le palpas el músculo, cuando le bordeas los huesos, hay una información que llega directamente al corazón. Y por eso no importan los nombres, ni quien es uno fuera de ese espacio sin paredes, porque el cuerpo, la cercanía de los cuerpos, nos daba la información pertinente y sobre todo, nos permitía compartir una complicidad que casi solo se puede conseguir de esta manera. Con mis compañerxs nos conocimos a partir del abrazo. 

En la muestra, en determinado momento, mi grupo y yo tomamos café y de repente mi voz anuncia algo. A veces es: Últimamente voy en la bici, y cuando se me atraviesa alguien le grito ¡PAPI! A veces es: Mi abuela vivía en Santa Marta, se levantaba a las cinco de la mañana, abría la puerta de su casa y hacía el café. Y entonces empezábamos a secretearnos. A contar la mitad de la historia en voz alta y la mitad susurrada entre nosotros. Esto para mi fue importante. Usar mi voz como extensión de mi cuerpo, atreverme a hacerlo, así hubiera gente escuchando/mirando, fue importante porque superé una timidez, porque siempre quise ser cantante, ya te dije…

En otro momento me derrito en una silla de metal y luego me suspendo hasta que el equilibrio me tira para abajo y vuelvo a insistir un par de veces. Lo de la silla lo hicimos en nuestro primer día tratando de responder a la pregunta: ¿cómo se puede llenar de densidad el vacío? Nuestro impulso fue deterrirnos, fue tocar la silla con suavidad, con cariño. Yo me siento en esa silla y me derrito y a la par se derriten mis miedos, mis prejuicios, mi ansiedad. Me derrito, la acaricio, le coqueteo, la escucho. A veces alguien se derrite conmigo al tiempo, y a veces alguien se derrite sin mí en otro lugar del espacio. A veces el público se da cuenta de lo que está sucediendo y a veces no, porque hay más cosas pasando. Pero no importa. De repente la mirada de los otrxs, que en mi vida ha tenido un peso agotador, ya no importa,  lo que importa es estar conectada con el gesto de derretirse y hacerlo, existir mientras lo haces.   

Al final de nuestra presentación corremos, bailamos salsa e invitamos al público a que sea parte. Y la sensación que te queda es de bienestar. No sé cómo, pero orgánicamente logramos tejer todo el material que fuimos explorando, experimentando, en este tiempo que compartimos. Cada vez que lo hicimos fue diferente, lo mismo y también nuevo. Esto sucedió porque nos estábamos escuchando, y cuando eso pasa, el foco deja de ser yo y se vuelve nostroxs, pero también se vuelve pregunta : ¿qué quiero hacer en este preciso momento? Esa pregunta, hasta ahora, ha sido la mayor rebeldía que he experimentado. 

Para mí el CEC fue como tirarme a la piscina y también ser piscina y a veces estar llena, a veces  vacía, a veces ser voz, a veces ser metal, a veces hueso, a veces estar acompañada y a veces sola, pero siempre sostenida. 

Nos conocemos poco Rodri, pero gracias por tu lectura/escucha. 

Ahora cuéntame de ti y de qué ha sido el CEC para ti, y si eres piscina o metal.

Un fuerte abrazo,

Juana

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