Durante este segundo semestre de 2022, el podcast Voz a Vos ha convocado a algunas(os) artistas del movimiento y de la palabra a divagar sobre los diversos territorios del cuerpo humano. En esta ocasión, compartimos el texto que escribió Natalia Orozco a propósito de los pies, de sus ritmos, sus errancias y su relación con el lugar, con la tierra.
Lo que cae por su peso
A menudo me sucede que al darle cierre a un proceso, que bien podría seguir múltiples rutas, tengo la sensación de que algo ha caído por su propio peso y los pasos dados inmediatamente después se sienten distintos, algunas veces son ligeros, otras veces tambalean, a veces se vuelven muy torpes, otras veces fugaces y, a veces, los pies no pueden dar ni un solo paso.
Ponerle el punto a un texto, a una danza, a un amor, a una palabra dicha es acentuar su peso y, al mismo tiempo, liberarlo. Sentir el peso y la levedad al mismo tiempo es como caminar: es cuestión de llenar y soltar el peso a la vez. Cuando caminamos trasladamos nuestro peso de un pie a otro. Y si me escuchas ahora mismo, te invito a que detengas el paso y atiendas a la soberanía de tus pies…
Al desacelerar el ritmo de nuestra marcha cotidiana, las latencias del cuerpo emergen, los desequilibrios y el estado provisional de sostenernos en un pie nos vuelven a recordar las posibilidades de una re-caída, de la siempre potente precipitación y la realidad que implica ser seres gravitatorios, constituidos por fuerzas de atracción.
A veces ocurre el traspiés y eso significa un desajuste en el traslado del peso, pues este queda sin claridad entre un pie y el otro, muy a la manera de un equívoco entre una palabra y otra. “Las cosas se caen por su peso”, expresión popular para advertir de algún modo que lo real se devela por su peso.
Nuestros pies son una pequeña superficie en la que se acumula el peso de todo nuestro cuerpo. El psicoterapeuta Moche Feldenkrais advertía que cerca del 90% de nuestro sistema nervioso está ocupado regulando nuestro comportamiento dentro del campo gravitatorio. Y los pies son puntos de convergencia de nuestros pesos, de nuestro pesar y, con Marie Bardet, diré también de nuestro pe(n)sar.
De la soberanía de los pies
Los pies tienen la marca de su sometimiento a las fuerzas de la gravedad; y es por los pies que conectamos radicalmente con la tierra, pero al mismo tiempo, es por los pies que nos fugamos, cambiamos de ruta, es por los pies que bailamos. Es por los pies que hackeamos a la cabeza. Nietzsche, en el primer canto a la danza de Zaratustra, se pregunta: el que baila ¿no lleva sus oídos en los dedos de los pies? Mientras que la cabeza se equivoca al pensar, los pies erran al pesar… Quizás esa soberanía de los pies tiene que ver con hackear la lógica aquietada de la normalidad que solo puede reconocer lo otro como error; y habitar los rastros de la errancia para que el perder(se) pueda ser parte del encontrar(se). Paul. B Preciado, en sus poderosas crónicas del cruce, dice: “Todo tiene un sur, el lenguaje tiene un sur, tú mismo tienes un sur, gira la cabeza, cómete el mapa. Hackea la línea vertical. Devuelve la soberanía a tus pies y baila, deja que tu sur decida”…
Tal vez podamos decir, solo de forma particular y no personal, que la experiencia de la danza es una insistencia por hacerse un cuerpo sin órganos, un constante experimento de bordear vecindades a nivel de la sensación, que a la narrativa anatómo-fisiológica del cuerpo le es indiferente y que si los oídos pueden estar en los pies de quien baila, también los pies podrán estar en las caderas, en las espaldas, en las manos de quien hace de su cuerpo un territorio de expresión. Hacer del cuerpo una oreja y una boca que a la vez escucha y se hace escuchar.
Los pies, el sur y el ritmo
Quizás sea entonces por los pies que es posible comprender la vida como un proceso en movimiento; quizás sea por los pies que el temblor del tiempo interrumpe el mundo de certezas que la cabeza insiste en construir, para darle cabida a un pesar, pe(n)sar rítmico; sensible a las fuerzas y contrafuerzas, a los flujos y contraflujos, entre los cuales los cuerpos se definen más por sus relaciones en movimiento que por el daimon de sus cabezas.
Y no hace falta moverse tanto para bailar y habitar el ritmo. Es más, a veces parece necesario moverse menos para empezar a escuchar, con los pies, el tiempo del mundo, el tiempo que se encuentra con las fuerzas que nos atraviesan en una situación radicalmente local. Mis pies y sus ritmos son expresión de una relación profunda entre ser y lugar. A diferencia del ojo que ha aprendido a ver en la distancia, que ha podido inventar la narrativa del paisaje, los pies, desnudos, siguen otorgándome la experiencia vital y real de estar acá y ahora, percibiendo al mismo tiempo los ajustes de mi equilibrio y las fuerzas del lugar.
De pie vierto todo mi peso en las plantas de los pies y allí lo distribuyo constante e incansablemente para mantener el equilibrio precario que la coreógrafa Martica Ruiz mencionaba cuando se refería al equilibrio de quien baila. Y de pie, caminando, me conecto con la tierra, con sus fuerzas gravitatorias sí, pero no solo con sus fuerzas físicas, sino también imaginarias. Los pies son quizás conductores de la energía y el tiempo de la tierra que pisamos.
Los pies, el tiempo de la ausencia-presencia
Para ciertas miradas no occidentales, los pies son un dibujo discreto de la totalidad del cuerpo. Son como el cristal del acontecer total, dirá aquel que escribió en momentos de peligro que la historia es la fisionomía de la cifra de los años (W.Benjamin). Y para Occidente, el vestigio no solamente es la huella que deja la planta del pie, sino la propia planta del pie. El vestigio no solo es la cosa de un pasado que permanece sino el intervalo entre las ausencias del presente y las presencias de lo ausente.
El traslado siempre supone hacer presente una parte de nuestro cuerpo y ausentarnos de otra. Caminamos y un pie recibe nuestro peso y se hace enteramente presente mientras el otro se aligera, haciéndose ausente por segundos. La presencia implica una cierta ausencia y viceversa. Este es un punto inicial, no solo de la danza, sino de la experiencia de movernos física e imaginariamente. Ante la ausencia de algo, construimos una presencia; ante la presencia y su exceso, abrimos un hueco, un vacío, una ausencia. El desplazamiento, junto con la repetición, son quizás operaciones poéticas del día a día de quien baila. Al bailar, se pasa incesantemente de un movimiento a otro, como se pasa de una palabra a otra. Ya decía atrás que entre un pie y otro aparece el traspiés. Pero también, en ese mismo intervalo, emerge el ritmo. Nuestros pies son pues la tinta de una escritura que llena el espacio de tiempo, el tiempo de ritmo y el ritmo de presencias y ausencias.
_________________________________