Compañía: Troubleyn – Jan Fabre
País: Bélgica
XV Festival Iberoamericano de Bogotá
Funciones: 24 al 27 de marzo
Atravesar la muerte de un ser querido, pelear contra ella, intentar decirle al muerto todo lo que no se le dijo en años, justo en ese trance de donde ya no hay retorno…
Hace dos años, en el Iberoamericano, se presentó la obra Solo, dirigida por Wajdi Mouawad, donde hay un viaje similar, el diálogo de Mouawad con su padre en coma, mientras termina su doctorado; un reclamo y un amor que a varios espectadores nos hizo llorar. Fabre, o mejor, su intérprete Cedric Charron, lucha de una manera diferente, es sobre todo un guerrero en escena, y nos muestra un exorcismo, un combate en las tinieblas, se burla del infierno, atraviesa el purgatorio.
Hay en la escena un humo permanente que nos hace sentir navegando en un rio, en un mar, en las nubes, en las mismísimas llamas del infierno o simplemente en un teatro donde los efectos son posibles. Esas imágenes son a veces aterradoras y a veces cómicas. El texto que pronuncia el único bailarín en escena es a veces poético, y a veces da miedo. Hay una afirmación constante del hijo que sufre al padre en vida y lo sufre en la muerte y le toca hacer una especie de proceso en el cual casi necesita matarlo con sus propias manos, y le cuesta acompañarlo en esa muerte y quererlo y volver a matarlo. Y poco a poco lo va desmantelando, le va ofreciendo monedas durante toda la obra, una a una mostrando la diferencia de los valores entre los dos, en la manera de asumir la vida y tomar decisiones frente al dinero, al uso del tiempo, a la contemplación, al deseo, al amor, al placer.
Durante una hora Charron suda esa batalla, pasa por diferentes estados, delira. Pero lo más impresionante es cómo su cuerpo se transforma y cuenta cosas, cosas que, aunque uno no logre entender qué son exactamente, están diciendo algo; hay una pulsión, un deseo por hacer aparecer algo desde el fondo de sí, y una necesidad por desbaratar también. ¿Qué tipo de danza es esa donde se puede bailar un sentimiento, una idea, un recuerdo, un estado? Es una rabia furiosa, una soledad bestial, un combate donde se exige ganar para poder seguir viviendo. Una venganza, una ceremonia, una toma de posición.
La obra puede llegar a ser pesada porque se sienten las tinieblas, como cuando uno se demora en salir de un atolladero, de un nudo demasiado apretado. Esta obra va hacia adentro hasta hacer aparecer sensorialmente un tipo de infierno, y lo hace sumergiéndose en él sin miedo y sin tapujos, creándolo con sonidos, movimientos, discurso y con ese humo que de repente se contrae y crece de la tierra hacia el cielo en forma de llama.
Pero la obra es también juguetona. Ese juego permanente es lo que prevalece, y lo que la vuelve valiosa, un alma que siente la muerte, un cuerpo que se reafirma cada vez que una pierna es jalada, que el torso se tuerce, que habla o que ladra, que se suspende, que se arrastra temblando, que hace equilibrio y se le abre la frente. Justamente lo que le reclama el hijo al padre es el derecho de ser bailarín, de estar ahí parado en el escenario y poder ser “desde Caronte, el que lleva muertos en su barca al infierno, hasta un perro, un mago, un niño, un toro, un cordero listo para el sacrificio, un sanador, un insecto bailarín”, un volcán, un error, un falo, una cruz, un intento, un tanteo, una entrega, un tiempo perdido.
Mientras entierra a su padre se está jugando la vida. Ese cuerpo atraviesa montones de registros de intensidad, cada uno sentido al límite. No hay sosiego y lo que se encuentra al final no es exactamente “la paz sea contigo en un jueves santo”, sino una victoria, la apertura que se vislumbra después de un viaje lleno de obstáculos; es como haberle cantado al muerto esta vida y la otra, es una camisa y un pantalón rojo encendido lavados en sudor, es como acompañar a traspasar su meta a un corredor de 10.000 metros.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_gallery type=»image_grid» images=»2934,2935,2936,2937″][/vc_column][/vc_row]