La Horda

Una mujer nos habla acerca del modo como se experimenta el paso del tiempo, bien sea mediante la acción que nos permite transformar el mundo o como el flujo que nos ubica en condición pasiva; también nos habla acerca de las maneras en que la vida se hace inocua, cómo la potencia del ser se reduce a un estado latente donde no se desarrollan las posibilidades de interacción entre el sujeto y su entorno; así empezamos el recorrido por este espacio.

A lo largo de la pieza se exponen situaciones en las que nuestra capacidad de violentar al otro se manifiesta explícitamente; la crueldad y la arbitrariedad se muestran mediante acciones donde los gestos son contundentes; en ellas no hay posibilidad de dudar acerca de la intención del ejecutor.

El patriarcado, junto con el mecanismo impositivo mediante el cual ejecuta la transmisión de sus valores, así como la violencia contra la mujer, que le es consustancial, se dibujan en un cuadro que tiene por protagonistas a una familia nuclear rígidamente normalizada. Las relaciones entre los miembros de la misma están marcadas por una tensión que nunca se disipa.

La libertad se anula al coartar las experiencias que mediante una interacción lúdica y placentera permiten interactuar con nuestra dimensión animal, instintiva. Los modos de estar presente en el mundo se constriñen a los marcos que concretan un conjunto de pautas impuestas por aquellos que están al mando. El mundo se convierte en escenario de un juego de titiriteros.

La interacción con el mundo se desarrolla como si fuésemos depredadores irreflexivos, como si solamente nos interesara satisfacer un apetito puntual, y como si el destino global nos tuviera sin cuidado. Así el mundo se desnuda de sus riquezas, de la capacidad de brindarnos el sustento debido, a causa de las acciones que nosotros ejecutamos contra él, como si fuese un ente que nos es extraño, un surtidor sin fin de potencial biológico. Olvidamos que este es el único lugar en el universo que nos brinda sustento. Esta visión sobre la manera como interactuamos con la tierra se puede extender, dado el tono de la pieza, a la manera como nos relacionamos con nuestros semejantes; el signo que marca la calidad de nuestros intercambios es el despojo, la indiferencia y la crueldad.

No obstante todo lo anterior, hay un momento en el cual la esperanza se hace presente, el arquetipo patriarcal se deja enredar y seducir en una danza orgiástica y fecunda por una mujer que revela la potencia nutricia y germinal de lo femenino. En otro aparte el hijo decide no continuar por la senda que marca el padre autoritario. La tierra expuesta como víctima indefensa se esfuerza en hacernos conocer su discurso, y aunque ya su lenguaje se nos hace ininteligible, el sonido y el ritmo de su voz nos muestran que hay una urgente tarea para rescatar este mundo y, con él, a nosotros.

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La Horda se estará presentando nuevamente en La Factoría L’EXPLOSE hoy, a las 8 pm, dentro del marco del Festival Impulsos de Bogotá.

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