I´m my own television

El gesto no descubrió en aquella señora esencia alguna, más bien podría decirse que aquella señora me dio a conocer el encanto de un gesto. Y es que el gesto no puede ser considerado como una expresión del individuo, como una creación suya (porque no hay individuo que sea capaz de crear un gesto totalmente original y que solo a él le corresponda), ni siquiera puede ser considerado como su instrumento; por el contrario, son más bien los gestos los que nos utilizan como sus instrumentos, sus portadores, sus encarnaciones.
La inmortalidad, Milan Kundera

El cuerpo en el escenario juega con la percepción del espacio de los espectadores, el silencio se intensifica, Dominik avanza y en su presencia se respira primitivismo; un animal recorre el espacio reconociendo el entorno del que dispone. Sus movimientos son profundos, penetrantes, provocadores. Su manera orgánica de familiarizarse con el espacio nos pica como una necesidad  corporal que nos han enseñado a olvidar. La imagen que desarrolla para levantarse es la de un cuerpo que ya ha desaprendido, que comienza de nuevo; su organicidad es pura, verdadera, y su auto reconocimiento es liderado por la fuerza de la intuición. De repente se quiebra el lugar por entre las palabras de Dominik, la dinámica cambia, su mirada fija en el espectador nos invoca a ese espacio, hacia el irrefutable presente, nos toca con la desprevenida presentación que hace de su ser.

En su presencia se siente la tranquilidad de un estar transparente, sin pretensiones, el tiempo se dilata y da la impresión de estar en un lugar verdaderamente íntimo, seductor, bajo una agradable atmósfera cargada de privacidad. La pausa repentina de un movimiento fluido seguida por un gesto de duda, la sencillez en sus expresiones acerca de su habitar en el escenario, de su estar en la vida, acarician apaciblemente el existencialismo de la audiencia. Su dilema interno, su deseo de seguridad, la filosofía que se cueza en sus acciones, se traslada sutilmente al público y con el efecto boomerang vuelve una vez más a él; se teje un diálogo sublime que abarca la plenitud del lugar.

Entonces el diálogo cobra vida, emprende su rumbo por entre el cuerpo de Dominik a través de las cabezas de quien lo ve, salta enérgicamente de un lugar al otro. Una cadena de inquietudes se desata: ¿Hasta qué punto nos comportamos de acuerdo a lo que  queremos hacer realmente, hasta qué punto eso que creemos,  que queremos  realmente es veraz con nuestro sentir interno, o resultado, más bien, de un modelo cultural deseado de lo que se espera de cada uno como parte de su círculo social? ¿De qué manera componemos nuestra propiocepción y el valor que nos damos como individuos con respecto a  la afirmación que hacen los otros de cada uno? ¿Hasta dónde somos verdaderamente esa cara a la que nos aferramos como nuestra identidad día a día con mayor ahínco? Por entre las imágenes del cuerpo de Dominik se difuminan las preguntas, se hacen confusas de nuevo y entonces solo se sienten los latidos que acompañan la fuerza de sus movimientos.

Foto Camille Mazoyer

Nos percatamos de repente, al habitar ese lugar, que el espacio no es nada y lo es todo, que puede ser nada teniéndolo todo. Adquiere así cualquier semblante, variadas densidades,  distintas dimensiones que van definiendo, de acuerdo a sus características, los colores, las siluetas de sus habitantes, sus transeúntes. Se crea así una relación simbiótica entre el individuo (que necesita de su entorno social, espiritual, político y cultural) y el entorno que a su vez se define en la manera en que sus individuos lo moldeen. Una relación ambigua entre víctima y opresor, entre titiritero y títere, entre el danzante y su danza. Se hace evidente que el espacio nos cambia, que si uno cambia, cambiará también entonces todo el espacio, el entorno; soy a la vez marioneta y hacedor. Su danza lleva al espectador a través de una barca que se aleja del habitual mecanismo de acción, permitiéndole en su distancia degustar sus profundas palpitaciones interiores, sus instintivos deseos de cuestionamiento.

La interacción con el público se hace amena, involucra aún más ese habitar el presente que se lee a través del desarrollo de la pieza. Su capacidad de crear con el entorno hace evidente la relación de dar y recibir que se construye con la audiencia, dejando entrever la importancia del saber ser permeable, del poder construir con el otro. El desenlace se empieza a dibujar por entre una maraña de estados anímicos, a través de la versatilidad de movimientos que componen la dramaturgia, en su habilidad espontánea nos contagia de humor, de encanto. La música atraviesa su cuerpo, que gira sin cesar; los giros son de loca pasión, se siente amor, libertad, desesperación, grandeza; los estados de ánimo también giran con él, es un remolino de múltiple sensación. El equilibrio revela su carácter inestable, su estado es de continua búsqueda. Sus giros desgarran un entorno donde se pretende ver al hombre ideal de manera  intermitentemente estable, siempre razonable, inmortalmente fuerte; un ambiente donde la locura, las dudas, la confusión, lo desconocido son generadores de miedos incontrolables. En su acción giratoria se desnuda la innegable fragilidad del ser, su compleja e incomprensible condición humana; así una deslumbrante belleza enaltece nuestra naturaleza, nuestra complejidad da cabida entonces a la dulzura de lo inexplorado, de lo inesperado, a la magia que aguarda la espontaneidad.

El juego ambiguo de la apariencia, del reconocimiento externo, de la aceptación personal, de la imposición a la adaptación de un medio moralmente coercitivo, estructuradamente corrosivo,  apócrifamente libertario, despierta en sus individuos estructuras inseguras de vida, cadenas interminables de múltiples frustraciones, anhelos de emancipación ahogados por el olvido, llantos de vida que se los lleva el vacío. Los instantes de libre expresión retumban, entonces, en magistrales aullidos que reviven la magia a lo largo de sus ecos. La existencia se hace incierta, blanda, parece no tener peso real, el tiempo se siente irremediablemente volátil, y la composición de este estar salta de ser borroso a encantador, de flexible a carcelero, de irreparable a soñador. Estas combinaciones crean así su danza,  juegan por entre su fortuita probabilidad de ser, se mezclan a través de los días como figuras de un cuadro abstracto al que cada instante se le re-significa.  El juego se hace intenso, y los jugadores viven su destino con el encanto de la incertidumbre, con el desazón o alegría de no poder dejar de serlo y con el  penetrante deseo de creer transformarlo, reinventarlo.

1 comentario en “I´m my own television”

  1. Buen artículo, que bueno que empecemos a escribir sobre la danza en nuestro país de una forma profesional y estructurada. Para futuras publicaciones, sería conveniente información de contexto para las personas que no pudimos ver la obra.

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