No es tanto que hablemos de la manera en que nos comportamos, sino que nos comportamos como dictan los impulsos. Entonces reviramos, nos empujamos y cantamos a gritos; terminamos en una montonera amorfa, unos encima de otros, y después de derrumbarnos cedemos a un chucu chucu cumbiero y sabrosón. Luego viene un dueto agreste, propio de cernícalos, de dos que no reparan mucho en sus modales. Y otra vez la confusión de cuerpos que se buscan y repelen, ávidos de ternura o cachetadas, grotescos casi siempre, y violentos y palpitantes…
Ese momento en que tenemos que hacer que el corazón golpee contra el costillar, lanzando el esternón con fuerza hacia adelante, los hombros hacia atrás, después de aquello que llamamos, a secas, “los saltos”, es un momento al borde de la tiniebla. En la escena nunca he estado más cerca del desmayo; todo empieza a hacerse borroso, y luego hay un justo momento en el que simplemente caminamos, y allí es posible volver a llevarle aire a la cabeza, antes de hacer rebotar de nuevo el corazón.
Chulos tiene una escenografía sencilla: una escoba, un radio, un guacal, un platón y un bulto de papas. Lo demás es jugar con esas cosas, lanzar el guacal, barrer el lugar, esquivar las papas que arroja un loco de pueblo, y bailar en medio de ese ambiente de plaza, con olor a tubérculo. Ya son bastantes acciones para hacer una combinación suficientemente compleja, en la que vienen a revelarse los eventos propios de cualquier grupo humano, por pequeño que este sea: el acoso, la rumba, el sexo, la loquera, los celos, la frustración, la muerte, el morbo, la humillación, el sometimiento y también, a veces, el cariño.
La obra, de la compañía DoSSoN Danza Contemporánea, es dirigida por Natalia Reyes, y fue creada ya hace dos años. Tiene siete personas en escena. La estaremos presentando el próximo 13 de abril, a las 7:30 p.m. en la sala Seki Sano, en el marco del Festival de Teatro Alternativo de Bogotá.